El 15 de mayo de 2001, Landaburu resulta gravemente herido al explotarle una carta-bomba enviada por ETA. La explosión le causó la amputación de varias falanges de los dedos de las manos, la pérdida de visión de un ojo y varias cicatrices. A pesar de todo, Gorka Landaburu continuó viviendo en su pueblo y ejerciendo de periodista.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Gorka Landaburu Illarramendi

Edad: 63 años (1951)

Profesión: Periodista

Situación familiar: Casado. Dos hijos.

Lugar de procedencia: Nacido en París, reside en Zarautz (Gipuzkoa).

COLECTIVO: Amenazados.

HECHOS

- Gorka Landaburu nació y creció en París, donde su familia se exilió escapando del régimen franquista, ya que su padre era un dirigente del primer Gobierno Vasco por parte del PNV.

- Volvió al País Vasco en 1972 y formó parte de ETA – VI Asamblea hasta 1975. A su vuelta de Francia comenzó con su actividad en el periodismo, y ya en 1983 recibió cartas de amenaza en su medio, Cambio 16, por parte de ETA y del grupo ultraderechista Triple A. Más tarde, en los 90, vio su nombre en algunas pintadas amenazadoras por las calles de su pueblo, Zarautz.

- La presión y amenazas contra él en Zarautz aumentaron cuando, durante año y medio, acudió todos los lunes a concentrarse con Gesto por la Paz por el secuestro de Ortega Lara. Además de soportar pancartas o pasquines delante de su casa, también lanzaron un cóctel molotov contra el domicilio de Landaburu.

- El 15 de mayo de 2001, Landaburu resulta gravemente herido al explotarle una carta-bomba enviada por ETA. La explosión le causó la amputación de varias falanges de los dedos de las manos, la pérdida de visión de un ojo y varias cicatrices. A pesar de todo, Gorka Landaburu continuó viviendo en su pueblo y ejerciendo de periodista.

CONSECUENCIAS

“En mi familia somos siete hermanos, seis chicos y una chica, y todos nacimos en Francia porque nuestro padre era un dirigente del Partido Nacionalista Vasco en Álava que se tuvo que escapar cuando llegó la Guerra Civil, después de haber estado escondido varios meses en Vitoria. Al pasar a Francia se reunió con el Gobierno Vasco, como dirigente jeltzale que fue. En el exilio de Francia fue donde se conocieron mi padre y mi madre, que era de Zarautz. En París fue donde nacimos los siete hermanos. A los padres no solo les tocó tener que salir de su país por la Guerra Civil, porque después les tocó vivir también la II Guerra Mundial en París –donde su padre fue delegado del gobierno del Lehendakari Aguirre durante la ocupación alemana- y vivieron bombardeos o incluso alguna visita de la Gestapo en la que buscaban a mi padre que, por suerte, no estaba en casa. Mi aita fue nombrado Vicelehendakari del Gobierno Vasco a la muerte de Aguirre, quien murió con 56 años en 1960, y mi aita también falleció con 56 años en 1963”.

“Todo esto hace que los hermanos naciéramos en el exilio. Aunque seamos de cultura francesa, mantuvimos nuestro sentimiento de pertenencia a Euskadi. Éramos franceses de nacionalidad y no tuvimos el DNI español hasta que llegó la democracia. Hasta entonces los hermanos podíamos venir de visita a Zarautz y a Vitoria, aunque los padres no podían pasar, porque si no hubieran fusilado a mi padre. Pero teníamos un enganche con el país y la familia que teníamos aquí. Digamos que, por razones obvias, tenía la ikurriña en el biberón”.

“Siempre tuvimos ese sentimiento de compromiso con la libertad y la democracia, porque en Francia había ambas y en España no. Algunos de mis hermanos volvieron y otros se quedaron en París. Yo volví en 1972, con 18 años y queríamos militar, y militamos, en grupos totalmente minoritarios como ETA – VI Asamblea, un grupo más bien antifranquista que abandoné rápidamente, en 1975, tras la muerte del dictador Franco. Este grupo no era violento ni utilizábamos armas, sino que éramos unos románticos de la lucha antifranquista, de tendencia trotskista. Un grupo minoritario del que me di cuenta que no iba a hacer la revolución ni en Euskadi ni en España”.

“Agradezco mucho a Francia. Soy francés todavía. Me considero, siempre lo digo, lo primero vasco, francés y español. Además, también digo que me ha tocado vivir dos dictaduras: la de Franco, por cuya culpa mi padre no pudo volver nunca a su Vitoria natal –aunque pudieron transportar su cuerpo 25 años después de su muerte–, y la dictadura de ETA”.

“Coincidió la época en la que volví a Euskadi con mis inicios en el Periodismo. Mi hermano Ander ya era periodista, en la revista Cambio 16. Yo empecé a trabajar para la Agencia Efe, después Radio Luxemburgo… Y prácticamente en 1977 entré a formar parte de Cambio 16, en la cual todavía estoy. Además, paralelamente he trabajado con muchos medios, como Radio Francia. En esta emisora, todas las mañanas de lunes a viernes durante 20 años mandaba una crónica, de las que el 90% eran durante los ‘años de plomo’ para criticar duramente los atentados, a los que yo llamaba asesinatos, y los crímenes que cometía ETA en la época”.

“Eso fue algo que a ETA nunca le ha gustado, que empleáramos palabras como ‘crimen’, ‘asesinato’, etc. La prueba es que en 1983 ETA nos mandó una carta en la que desaprobaba los términos que empleábamos en la revista Cambio 16 sobre los atentados. Nos decían que teníamos que cambiar nuestro lenguaje. Esa carta nos obligó a ir al otro lado, a cruzar la frontera hasta San Juan de Luz. Allí estuvimos en un bar de Juan José Etxabe. Al final de la reunión nos dijeron que estuviéramos atentos a las consecuencias si no cambiábamos nuestro vocabulario, por lo que salimos muy preocupados”.

“Da la casualidad que, a la semana siguiente, recibimos otra carta de la extrema derecha, de la Triple A. En esa carta se metían con mi hermano Ander, el fotógrafo Josu Bilbao y contra mí y nos decían que éramos comunistas, que habíamos criticado mucho a Tejero por el golpe de Estado, que nos iban a quemar la sede en Bilbao de la revista y que nos iban a matar a los tres. Recuerdo la firma final que decía ‘Hitler tenía razón. Triple A’. Cuando en esa época dura, plagada de asesinatos, recibimos amenazas de ETA y de la extrema derecha hace pensar que estábamos en el buen camino. A pesar de las amenazas continuamos haciendo lo que habíamos hecho siempre: denunciar las injusticias, defender los Derechos Humanos desde nuestros bolígrafos o máquinas de escribir que teníamos en esa época”.

“Otra vivencia violenta que me tocó creo que fue en 1984, cuando fui con el fotógrafo Jon Bilbao a Baiona a cubrir una manifestación de refugiados contra el GAL. Tuvimos la sorpresa de que, al final de la manifestación, hay un cordón policial que no deja avanzar la marcha. Los periodistas solemos estar al principio de la manifestación. De repente, unos 20 energúmenos cercanos a ETA se nos acercaron y nos lincharon. Tuve que ir donde la policía diciendo que era francés, hasta que nos hicieron caso y pudimos escapar. A la salida de esto salimos a refugiarnos a un bar, y por detrás vinieron cuatro de los manifestantes para pedirnos el rollo de fotos, exhibiendo una pistola que no sacaron. Fue un momento muy tenso”.

“Anteriormente también había habido alguna amenaza contra mi hermano Ander, quien fue el primer periodista amenazado en este país. Tuvo que salir una temporada a Cataluña y después fue corresponsal en México, París y Bruselas para Grupo 16. Las primeras amenazas serias fueron cuando en Cambio 16 Ander sacó un artículo denunciando el llamado impuesto revolucionario en la parte vieja de Bilbao: cómo el mundo de ETA cobraba mediante sobres a los hosteleros de esa zona. Pusieron una pancarta en la que se leía ‘Landaburu, Rosón –Ministro del Interior de entonces–, Bandrés, vaya tres”.

“En Euskadi ha habido mucho temor. Yo hablaba todos los días en la radio y me escuchaban desde el País Vascofrancés porque hacía crónicas. Ni mi hermano ni yo nos consideramos héroes, ni algunos periodistas que dieron la cara en los años 80. Pero había muy pocos periodistas que entonces se atrevían a decir que un asesinato era un asesinato, en lugar de una acción para liberar al pueblo vasco. Aquí había como un silencio, una especie de ‘cobardía’ de la mayor parte del pueblo y también de los partidos políticos. Unos más y otros menos. Recuerdo ir a cubrir funerales de asesinados y ver las calles vacías o balcones cerrados, lloviendo, con el ministro de turno y poniendo el féretro dirección a tierra natal del guardia civil o la persona que habían matado… Entonces aparecían vítores o aplausos y se acababa la historia, hasta el día siguiente”.

“Cuando en 1984 mi hermano se marcha a la delegación de México, yo asumo la delegación del País Vasco de Cambio 16, que era la revista más importante que había en España en ese momento. Éramos periodistas, nos tocó estar en primera fila y asumimos ese papel, sin echarnos para atrás para defender la democracia. En aquellos 80, pasadas aquellas amenazas, no nos amenazó tanto ETA como cuando paseabas por la calle y te fusilaban con la mirada en el pueblo. El gremio periodístico sufrió amenazas a comienzos de los 80, en 1978 mataron al periodista Portell, hubo un atentado de la extrema derecha contra la revista El Papus… También hubo atentados contra delegados del Egin. Desde 1984 hasta, más o menos, el año 1996 no se volvió a amenazar a periodistas directamente”.

“En los 90 ETA empezó a amenazar a diversos sectores de la sociedad; ya no solo iba contra policías, guardias civiles y militares, o empresarios que secuestraba. Los periodistas comenzamos a sufrir la socialización del sufrimiento y empezamos a recibir cartas y explosivos. A base de reunirnos entre varios periodistas amenazados, nos costó, pero conseguimos reunir a un largo centenar de periodistas en el hotel Ercilla de Bilbao hacia finales de los 90 para protestar por las amenazas directas que venían del mundo de Batasuna y de ETA más indirectamente. Las amenazas siguieron y nos concentramos también en el ‘Peine del Viento’ en San Sebastián, donde hubo manifestaciones después de algunos atentados, entre ellos, el dirigido contra mí”.

“En los 90 la presión subió muchísimo, no solo por parte de ETA, sino también de personas que hacían de chivatos y pasaban información. Aparecieron pintadas por Zarautz que decían ‘Landaburu kanpora’, que vio mi hijo Aritz, de 18 años entonces. Las pintadas algo me molestaban, pero más que mi hijo me lo dijera o lo viera con sus amigos. Llamé al Ayuntamiento y tardaron tres días en quitarlas. Más tarde tuvimos en casa otras pintadas con unas dianas. Aparecieron al lado del portal, y también otras en el malecón de Zarautz”.

“Todos los lunes, durante año y medio, desde Gesto por la Paz íbamos a manifestarnos entre 20 y 40 personas para protestar con una pancarta por el secuestro de Ortega Lara. Pero, frente a nosotros, se ponían otros 40 o 50 de Batasuna, a muy pocos metros puesto que la calle donde hacíamos la protesta era muy estrecha. Nos insultaban, sacaban fotos… A partir de entonces subió la tensión. A veces, mi mujer me preguntaba si una corbata negra que había aparecido en el buzón era mía, o llaves… Comenzamos a recibir llamadas por teléfono de madrugada a las que yo trataba de quitar importancia. En los años 98 y 99, en manifestaciones que pasaban por delante de mi casa me ponían una pancarta que decía ‘Lumadun txakurra’ (Perro de la pluma), tiraban pasquines en los que pedían el boicot a la prensa española… Y una noche nos echaron un cóctel molotov contra mi casa familiar, que tuvimos la suerte de casi no percibir. También lanzaron pintura”.

“A partir de 1999, después de haber estado una temporada con vigilancia, me llamaron del Ministerio del Interior para decirme que me ponían protección de escoltas porque mi nombre estaba en las listas de ETA. Al pasear por Zarautz notaba miradas ante las que yo nunca bajaba la cabeza; les miraba a los ojos. La mayoría de las veces eran ellos quienes bajaban la mirada. Yo sentía cierto temor, vigilaba debajo del coche, al sacar el coche pedía a mi familia que esperara fuera… pero intentaba desdramatizar. Nunca crees que te va a tocar a ti. Aunque antes del atentado me rebelaba un poco. Me he enfrentado a dirigentes de Batasuna por la calle, diciéndoles que si eran valientes fueran ellos quienes echaran los cócteles molotov, en lugar de los jóvenes a los que se lo mandaban. A muchos de esos jóvenes les veías que me miraban con odio casi sin saber quién era; les habían envenenado. Al igual que otros amenazados en el pueblo como Patxi Elola, no hemos cedido ni un palmo”.

“Primero tuve un escolta. Después del atentado, dos. Esto te pone en una circunstancia. Yo me he quedado muchos domingos en casa. Prácticamente siempre tenía los mismos escoltas durante toda la semana, y no podían descansar. Muchas veces yo me retiraba y yo les llamaba para que aunque fuera me recogieran el pan para que pudieran fichar, ya que si no fichaban no les pagaban. Pero después decidí hacer una vida normal. Si tenía que ir con la cuadrilla de amigos a tomar unos vinos lo hacía, aunque sé que había uno que miraba de reojo cuando venían los escoltas. Aunque se aclaró rápidamente. Intentaba hacer una vida normal, y que esto no me perjudicara. Mi lucha era que no me cambiaran la vida”.

“El 15 de mayo de 2001 fue cuando sufrí un atentado de ETA. Dos días antes habían sido elecciones autonómicas, que ganó Ibarretxe. Ese día yo estuve en Bilbao cubriendo la noche electoral. Terminamos a las 4 de la mañana y me quedé en casa de mi hermano y, al día siguiente a la tarde, volví a la oficina que tenía mi redacción en San Sebastián y, tras una entrevista, fui a casa acompañado por el escolta. En casa cogí la correspondencia, que antes era revisada por el escolta. Miró y era un paquete normal, como el que recibía todos los meses desde Elkargi. Normalmente yo abría el correo en el sofá, al lado de mi hija. Pero ese día no lo abrí y lo dejé encima de una mesa de mi despacho. No lo abrí en ese momento porque estaba cansado por las elecciones y había dormido poco. Así que lo dejé para el día siguiente”.

“El día 15 me levanté, estando solo en casa. Al salir de la ducha me había olvidado la toalla y, al ir a buscar una, no sé por qué abrí el sobre al verlo en ese momento. El sobre me explotó en las manos. Me quedé aturdido, pero sin perder la consciencia. Bajé la escalera para ir al baño, me vi en el espejo y observé que había sangre por todos lados. Abrí la puerta con el codo para ir a casa de mi vecino y le dije que había que llamar a la ambulancia. En ese momento yo no sentí gran cosa. El escolta estaba en ese momento esperando abajo. Subió de repente y, cuando me vio, el pobre casi se puso a llorar, porque se dio cuenta de que había sido el sobre, con algo de sentimiento de culpabilidad. Vino la ambulancia, que me llevó al hospital, donde me operaron y estuve 15 días”.

“Tuve suerte de que, al abrir el sobre, un sillón que tenía en medio absorbió parte de la onda expansiva, aunque la explosión me destrozó las manos y me dejó ciego de un ojo. En el juicio salió que en ese sobre había entre 120-150 gramos de dinamita. Lo normal hubiera sido que yo no estuviera aquí, ni mi hija, al estar al lado en el sofá”.

“La primera reacción que tuve fue pensar ‘Me han pillado’. El atentado me dejó secuelas físicas en las manos. En la izquierda me dañó hasta tres falanges y me desapareció el pulgar. Me quedé ciego del ojo izquierdo, tengo cicatrices… Pero yo lo dije en el hospital, que lo único que consiguieron fue que yo reafirmara mis convicciones de que había que seguir adelante y que no me iban a echar de este país. Me destrozaron las manos, me dejaron ciego, me dejaron cicatrices en todo el cuerpo, pero se equivocaron, porque no me cortaron la lengua, y yo soy periodista. Yo tenía claro que había que ir a por ellos, que les íbamos a ganar y que no iban a imponer su dictadura en Euskadi”.

“Tuve que estar 15 días en el hospital, donde me operaron cuatro veces de las manos. Del ojo también me operaron, dos veces en Barcelona. Tengo el ojo bien, colgando algo, pero aguantando al menos. Después tuve que ir a diario a rehabilitación durante seis meses porque perdí todo el sentido. Tuve que aprender a hacer varias cosas de nuevo, como escribir”.

“Tras recuperarme volví a trabajar. Volví a dirigir Cambio 16, monté una revista en euskera. Denuncié todas las violencias, defendí los Derechos Humanos, si hay que denunciar la tortura también lo hago, como hemos hecho en su momento. Como resultado final: esto ha cambiado fundamentalmente desde que ETA ha desaparecido”.

“Mi convencimiento continuó, a pesar de que yo estuviera preocupado, como mi mujer, mis hijos, etc. Ves que ya hay mucha gente que te empieza a reconocer, te abraza… Gente del otro lado que ves que no está de acuerdo también. Recuerdo a un amigo de Batasuna decirme que no estaba de acuerdo, pero no lo decía en su partido”.

“Después del atentado la situación se calmó. Sí apareció alguna pintada más, pero creo que ya no se atrevieron a meterse conmigo. Las cosas fueron cambiando poco a poco desde 2001, y comenzó a haber menos atentados debido a la situación general en la que la policía les cayó encima y el rechazo era mayor. El sentimiento que tengo yo es de que ha habido mucho tiempo perdido, mucha tragedia, muchos muertos y, lo digo claramente, tanto de un lado como del otro. Hemos perdido un tiempo precioso en Euskadi durante 30 o 40 años, y se ha ido gente que ya no volverá. Eso es lo más triste. Por eso tenemos que seguir reconociéndoles, hablando, haciendo memoria. Sin hacer venganza, sino simplemente contando lo que ha pasado”.

“La vida siguió normal, aunque nunca era normal del todo porque vivía en semi-libertad al ir con escolta, hasta después del comunicado de ETA en 2012. Siempre existía el tener que llamar al escolta para avisar si iba a salir o no. Reconozco que a veces me escapaba y me iba solo, avisando que me iba fuera. Era un engorro estar pendiente siempre de dos señores para que me vinieran a buscar al trabajo o para antes de salir un fin de semana. Quitarme esa carga de repente fue un alivio. Por fin ya salgo a por tabaco, periódico o pan cuando me da la gana, sin tener que esperar a que vengan a buscarme. Puedo improvisar y no tengo que organizar todos los planes. Es una gran libertad que hemos recuperado”.

“Actualmente lo que yo pretendo es seguir viviendo y trabajando, y tratar de aportar en que avancemos hacia la convivencia. No hablo de reconciliación, como dicen otros, pero sí de convivir. Cuando he hablado con dirigentes de la izquierda abertzale les digo que es tiempo de hacer gestos, no declaraciones. Hay que avanzar políticamente. No es cuestión de hacer borrón y cuenta nueva. Digo que hay que leer la página antes de pasarla”.

“Yo me he reunido con presos de la vía Nanclares, que quieren estar de nuevo conmigo. Les he dicho que acepto su petición de perdón. Dos que estuvieron en la reunión me dijeron que estaban en el comando que me intentó matar, pero que no habían participado directamente en la acción. Les agradecí que me lo dijeran. Están en la vía de que se han arrepentido y han hecho un recorrido que no han hecho la gran mayoría, y yo les voy a intentar ayudar. Pero ahora sí vamos a trabajar para estar en paz y para recuperar el tiempo perdido, para que jamás vuelva a suceder lo que ha sucedido. Para ello, que cada uno aporte su granito. Hay que hacer trabajo de memoria, justicia y reparación. Hay que contar lo que sucedió y que no se olvide. Aunque unos tienen que hacer más deberes que otros; esos son los del mundo de ETA y sobre todo a la izquierda abertzale, a los que habría que decir. Como se dice, ‘bienvenidos al club democrático, pero entrad sin empujar’”.