El 21 de marzo del 2000, ETA colocó un artefacto explosivo en casa de sus padres. La bomba iba dirigida a él, pero los terroristas confundieron su nombre con el de su padre. A raíz del atentado, decide marchar con su familia a vivir fuera del País Vasco, adonde ha vuelto a comienzos de 2011.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Pedro Briongos Velasco

Edad: 50 años (1960).

Profesión: Periodista.

Situación familiar: Casado. Una hija.

Lugar de origen: Bilbao.

COLECTIVO: Periodistas.

HECHOS

- El 21 de marzo del 2000, ETA colocó un artefacto explosivo en casa de sus padres. La bomba iba dirigida a él, pero los terroristas confundieron su nombre con el de su padre.

-A raíz del atentado, decide marchar con su familia a vivir fuera del País Vasco, adonde ha vuelto a comienzos de 2011.

CONSECUENCIAS

“El día del atentado, 21 de marzo del 2000, estaba trabajando en la redacción. Era víspera de un cambio importante que íbamos a hacer en el periódico. Un cambio de filosofía para pasar de ser un diario más tradicional a uno más moderno. Íbamos a cambiar muchas cosas. Además, yo había estado llevando la sección de política y, a partir de ese momento, me iba a encargar precisamente de todo lo contrario, de la nueva sección de lo social, cultural, nuevas tendencias… Se había producido un cambio radical. Había estado dirigiendo la sección de política en unos años duros y había cambiado de cometido”.

“Estaba enfrascado en la organización de la nueva sección, con el caos que se monta cada víspera de un cambio de esta envergadura que  llevas preparando mucho tiempo pero que en el último momento parece que no va a salir bien, aunque al final  todo se arregla. Me llamaron por teléfono y me dijeron que me fuera a casa porque había habido, no recuerdo bien cómo me dijeron, un atentado o una bomba. Cogí un taxi y fui”.

“Me habían asegurado que a mis padres no les había pasado nada, pero tenía esa sensación de que te están mintiendo y que en realidad había pasado algo más. Iba desencajado. Los aproximadamente cuatro kilómetros de trayecto en el taxi se hicieron eternos, parecía que no iba a llegar nunca a casa. Cuando llegué me encontré que había una ambulancia en la puerta, gente arremolinada, periodistas, sirenas… Cuando subí a casa todavía había humo, cascotes, una bombona, guantes de látex, la policía por allí… La puerta estaba destrozada. Entré en casa. Mis padres estaban allí y comprobé que estaban bien. Siempre he pensado que fue un milagro porque, según la información que recuerdo que me dio la Ertzaintza, por lo visto habían puesto dos bombonas con la idea de que estallara una, creara un impacto y la otra estallara con la idea de sorprender a gente. Pero en esta segunda bombona falló el mecanismo y no llegó a explotar”.

“Mis padres, jubilados, estaban en casa. Mi madre estaba en la cocina preparando la comida y mi padre por casa leyendo el periódico y oyó ruidos en la escalera de fuera. Él se fue hacia allí y se produjo el estallido. Me contó que entró una lengua de fuego por debajo de la puerta y él, instintivamente, se fue hacia el otro lado, hacia la ventana”.

“¿Por qué me eligieron a mí para el atentado? Parece ser que iba dirigido contra el periódico. Supongo que  me tocó a mí porque tenían la dirección y les resultó fácil. Antes del atentado no había tenido ningún tipo de aviso”.

“El teléfono no paraba de sonar. Me llegaban telegramas, tarjetas, sobres escritos de ánimo… Ahí comprobé que esas cosas que a veces parece que cuando te toca hacerlas no les das mucho valor, en realidad sí lo tienen. Las haces muchas veces porque crees que las debes de hacer. Pues no. Cuentan, y cuentan un montón. Son importantes porque yo en aquel momento sentí todo ese calor y cariño que fueron vitales para sobreponerse en aquellos momentos”.

“Recuerdo un tarjetón escrito a mano que me daba ánimo. Me decía que no me preocupara, que a él también le habían hecho lo mismo pero que había que resistir y luchar. Yo no le reconocí, pero luego me di cuenta que era José Luis López de Lacalle. Hay que imaginar lo que pude sentir cuando lo mataron unos días después”.

“Aunque iba dirigido a mí, según la policía, ETA hizo el atentado en casa de mis padres porque yo me llamo igual que mi padre y parece que tenían la información sin actualizar. En una conversación, le dije a mi mujer que había sido una doble desgracia que hubiera sido en casa de mis padres… Que hubiera sido mejor en mi casa. Entonces ella me dijo ¿Y tu hija? Las reacciones a veces no se meditan”.

“A partir de aquel momento tomé dos decisiones. Una era intentar que esto no me estigmatizara, es decir, dejarlo ahí y dormirlo. La otra era irme, sobre todo, pensando en mi hija. Yo estaba bien en Bilbao, mi ciudad, donde he nacido y me encanta y la disfruto desde siempre. La llevo en el corazón. Vivía frente a la ría, y eso….Pero, pensando en mi hija, te haces preguntas y decidí que quería irme. Soy un afortunado porque no he tenido consecuencias físicas, aunque sí psicológicas. Mi padre era mayor y justo entonces empezó a enfermar. Murió a los dos años y creo que pudo tener algo que ver el atentado”.

“Una de las últimas cosas que recuerdo que me dijo cuando estaba en el hospital fue que me marchase. Hablé con mi mujer y estuvimos de acuerdo en poner tierra de por medio. Lo planteé a la empresa, me dijeron que había oportunidades y que lo meditara para no tomar la decisión en caliente y, al cabo de dos años, me volvieron a preguntar si seguía queriendo marcharme. Me fui a Valencia, donde he estado siete años, y luego a Málaga, hasta volver al País Vasco a comienzo de 2011”.

“Parto de la base de que yo mismo intenté dejar esto al margen de mi vida.  Pero sí recuerdo que hubo gestos que me llamaron la atención, como el de unos vecinos que yo creo que lo sentían, pero que me dejaron un sobre con una tarjetita diciendo lo sentimos mucho, en vez de buscarme y darme un abrazo si de verdad lo sentían así. No querían complicaciones”.

“Al irme, una de las cosas que hice mal fue no decirle nada a mi hija. Tenía 5 años y pensé que no era necesario. En Valencia se mostraba retraída: no le gustaba el colegio, no encajaba con amigos… Había veces que yo la veía tristona, apartada en casa en un rincón. Una vez le pregunté a ver qué le pasaba y, mirándome a los ojos sollozando un poco, me dijo ya sabes qué me pasa. Y es que ella no quería haberse ido de Bilbao. Pensábamos que era lo suficientemente pequeña para que esas cosas no hubieran calado, pero estábamos equivocados. Fue una sorpresa porque me di cuenta de que tenía que haber contado con ella antes de haber dado ese paso”.

“La eterna pregunta que te haces es ¿Dónde estoy? Después de unos años de no querer hablar ni ver esto, me llamó un amigo que iba a hacer una película con testimonios. Le dije que sí porque justo yo estaba cambiando la forma de afrontar todo esto. Recuerdo que, entre esos testimonios, había el de otra periodista de Bilbao ‘exiliada’ que contaba cómo ella estaba en Madrid encantada, que le había ido muy bien en una emisora donde la trataban con mucho cariño. Vivía más o menos bien, en una casa donde estaba a gusto. Pero terminaba su testimonio diciendo que se sentía querida y bien acogida, pero diciendo algo así como No hay día que no me pregunte qué demonios pinto yo en Madrid. Y a mí eso se me quedó grabado porque, efectivamente, yo no había sido capaz de exponérmelo ante mí mismo. Pero sentía lo mismo”.

“Salimos de nuestro entorno y fuimos a Valencia. A partir de aquel momento yo ya he vivido de aquí para allá, lejos de mi familia y mis amigos. Esa situación se sigue produciendo, pero ahora al revés, porque solo yo he podido volver. Espero que algún día nos podamos reagrupar, como los emigrantes”.

“Una de las cosas que he podido comprobar en este tiempo es que, una vez que te vas, es más difícil controlar tu propia vida. Si estás aquí anclado, donde has nacido y tienes tus raíces es más fácil que nada se mueva o que, si algo se mueve, tú lo puedas controlar. Cuando te vas, al final ya ves el desbarajuste que hay, no tienes todo tan controlado. Tu familia por aquí y por allá… Yo he decidido que quería volver y que no me quiero mover, que me quiero morir aquí”.

“En el plano profesional he tenido la suerte de trabajar en una empresa donde me han permitido salir y después he podido volver. Ahora estoy trabajando a gusto y además creo que es un momento muy interesante para el trabajo que  hago. Hay mucho que hacer y además es un momento periodísticamente muy excitante”.

“No hablaría de si la profesión ha sido coherente y solidaria; lo haría de personas o de medios. En el caso que me ocupa, en mi periódico la entrega ha sido total. Se ha hecho una labor absolutamente responsable, implicada, jugando fuerte, defendiendo todos los valores de solidaridad… De hecho, no es ajeno a eso que yo tuviera un atentado, a que un alto cargo de otro periódico del mismo grupo fuera asesinado o a que se colocaran unos explosivos en la rotativa del periódico. La postura es conocida y de defensa clara y pertinaz de la democracia. Pero, efectivamente, hay medios u otros periodistas que lo ven de otra manera y no ha funcionado el corporativismo de los compañeros de profesión”.

“Hace poco leí un artículo sobre el exdirector de Egin. Se quejaba de que había habido poca solidaridad tras el cierre. Yo creo que aquello no se hizo bien. También en el caso de Egunkaria hay sentencias que han demostrado que las cosas no se hicieron bien. Puede que los periodistas no fuéramos lo suficientemente solidarios con el hecho en sí del cierre del periódico”.

“Recuerdo que antes de irme había un director de un periódico de corte nacionalista que comentaba, para demostrar su sencillez y humildad, que él acudía al trabajo muchos días en el metro. Eso era un lujo porque hay mucha gente que no podía ir en metro al trabajo. Yo mismo tenía que cambiar itinerarios, la policía me recomendó que no cogiera transporte público, o por lo menos no a las mismas horas… El director de mi periódico ha tenido y tiene que ir escoltado. Qué más quisiera él que poder ir en el metro. Como en el resto de la sociedad, ha habido gente que ha vivido con miedo y otra que no ha tenido ningún problema y sabía que no lo iba a tener”.

“Creo que todos tenemos ganas de que se acabe esto. No creo que esto lo suframos solo una parte. Me pongo en la piel de unos señores que, muy equivocadamente, han entregado su vida por unas causas horrorosas que supongo que ellos consideraban que tenían que hacer y quiero pensar que también quieren que esto se acabe. Pero deberían de dar más pasos”.

“Me preocupa mucho que da la sensación de que empezamos a vivir una etapa en la que cuanto mejor estamos, peor. No hay entendimiento, ni para el día de la memoria, ni para hacer actos de celebración del fin del terrorismo. Me preocupa también el hecho de que esa situación milagrosa que se ha dado hasta ahora de que ninguna víctima haya reaccionado con el “ojo por ojo” con alguno de los victimarios se pueda llegar a producir en el momento en que sea más frecuente que unos y otros nos encontremos en el portal de casa. Por eso hay que medirlo bien todo y algunas cosas quizás no haya que hacerlas tan rápido”.