El 25 de octubre de 1978, la vida de Rosa Vadillo se partió en dos después de que ETA asesinara a su marido, Epifanio Vidal. La víctima trabajaba en un taller y varios terroristas esperaron a su salida del trabajo para dispararlo a bocajarro. Vadillo buscó refugio en su trabajo y tuvo también que centrarse en sacar adelante a su hijo Iban.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Rosa Vadillo Uranga

Edad: 57 años (1955)

Profesión: Peón especialista

Situación familiar: Viuda. Un hijo.

Lugar de procedencia: Procedente de una pequeña localidad de Burgos, Rosa llegó a Durango (Bizkaia) cuando tenía poco más de un año. En dicha localidad sigue residiendo junto a su hijo Iban.

COLECTIVO: Familiares de víctimas.

HECHOS

- El 25 de octubre de 1978, la vida de Rosa Vadillo se partió en dos después de que ETA asesinara a su marido, Epifanio Vidal. La víctima trabajaba en un taller y varios terroristas esperaron a su salida del trabajo para dispararlo a bocajarro.

- Tras unos primeros meses complicados tras la pérdida de su marido, Rosa Vadillo buscó refugio en su trabajo y tuvo también que centrarse en sacar adelante a su hijo Iban.

CONSECUENCIAS

“En la época en la que sucedió el atentado contra mi marido yo trabajaba de 7 de la mañana a 4 de la tarde. Éramos un matrimonio muy joven (Rosa tenía entonces 23 años y Epifanio 27) con un hijo de poco más de un año. En mi trabajo teníamos media hora para comer y lo hacía en el taller. Mi madre cuidaba a Iban, y también mi suegra, que subía después de comer y lo bajaba a la calle. Yo salía de trabajar, me duchaba, me cambiaba de ropa y bajaba para recoger a mi hijo. Mi marido salía de trabajar a las 6 de la tarde y nos íbamos a dar una vuelta antes de dar de cenar a nuestro hijo. Los fines de semana estábamos los tres siempre juntos. No teníamos piso ni nada y vivíamos con mis padres. Teníamos una vida de lo más normal”.

“Epifanio trabajaba en un garaje como chapista. En ningún momento se notó nada que hiciera pensar que su vida cambiaría por estar amenazado. Hasta el día en el que cometieron el atentado contra él, tuvimos una vida de los más normal y tranquila. Jamás amenazó nadie ni por la calle ni con ninguna llamada a casa. Después del atentado sucedió lo clásico; que apareció gente o en la prensa que lo acusaron de ser un chivato. Eran los típicos comentarios que se hacían entonces. Ahora en la última época se ha reflejado más la rabia o indignación después de un atentado. Pero entonces aquello era lo habitual y, de alguna forma, parecía que había que justificar  lo hecho”.

“El día del atentado ‘Epi’ salió de trabajar con dos compañeros. Por lo que me dijeron, se le acercaron dos chicos que le llamaron Vidal y él se quedó atrás con ellos y sus compañeros siguieron adelante. Cuando los compañeros de mi marido se habían adelantado fue cuando lo dispararon. Había un tercer terrorista que los esperaba en el coche en el que escaparon. Yo casi me enteré de lo que había sucedido por las noticias de la televisión. La noticia me la dio el marido de una hermana mayor. Mi padre vio a mi marido en el cementerio. Fue algo muy desbordante. Yo no lo podía asimilar en aquellos momentos y, por mucho que me dijeran, a mí me daba la impresión de que yo también tenía que verlo”.

“El día del funeral, aunque yo no quería, tenía que vestirme de negro, pero no tenía ropa negra. Por mis suegros vestí así. Días más tarde del funeral me enteré de que debió haber gente de la extrema derecha que se aprovechó de las circunstancias. Nosotros no teníamos nada que ver y con sus acciones es como si dieran la razón a quienes fueron a por ‘Epi’. Parece que fueron a algún bar de Durango y debieron liarse a golpes con un montón de gente. Aquello me dolió porque casi estaban dando la razón a quienes estaban haciendo ese tipo de comentarios. Pero al final se ha sabido cómo hemos sido y cómo hemos actuado nosotros. Yo tengo muy claro que ‘Epi’ no estuvo metido en nada ni estuvo amenazado. Quizás actuaron así por las acusaciones que ETA hizo al día siguiente en la prensa sobre mi marido”.

“También sucedió que, si el atentado fue un 25 de octubre, para el día de Todos los Santos (1 de noviembre), alguien había pegado una pegatina con la bandera española en el panteón familiar. Esas cosas daban pie a que se les diera la razón a los de ETA. Fueron cosas puntuales y nada más. Otra cosa que me sucedió fue en 1978, para las primeras elecciones, solo en el buzón de mi casa había propaganda electoral de Alianza Popular, aunque fuéramos ocho vecinos. En el resto de buzones no había. Eso me pareció muy fuerte. ¿Por qué ellos piensan que yo voy a tener sus ideas? Siempre he tenido mis ideas y no las cambié. No comulgo con ellos, independientemente de que sea víctima”.

“A mí no me venían directamente los comentarios. Por ejemplo, a una amiga mía le comentaron que nos pagaban dinero, y ella contestó que eso no era posible porque yo tenía que pagar a plazos la compra de un simple dormitorio después de casarme. Nadie venía directamente a hacer ese tipo de comentarios, pero se hacían y hacían mucho daño. Han dicho o Me han comentado… Aquí se ha pecado mucho de hablar sin saber sobre las cosas. Pero los comentarios duraron lo que duraron y después hubo que ir tirando para delante en el día a día”.

“Recuerdo el día del atentado como algo muy bestial, una locura. Estuve como 10 o 12 días a base de leche con cacao para no tomar café con leche. Fumaba mucho porque a la mínima cosa que me decían yo saltaba. En la vida he tenido que tomar medicación para dormir y la primera noche me dieron un Valium y dormí algo más de ocho horas. Yo estaba como en una nube. El médico me decía que no veía que yo avanzara y decidió darme el alta para que fuera a trabajar y observar cómo me sentía. Para mí ir a trabajar fue como una liberación que me hacía falta en ese momento. Yo estaba en casa y me comía la cabeza. Cuando llegaba al taller a trabajar desconectaba bastante, dejaba los problemas de casa en la puerta del trabajo y, al salir, los volvía a recoger. Solía estar riendo siempre y la gente, al principio, se arrimaba a hablarme con un poco de recelo. Volver al trabajo me hizo mucho bien”.

“Cuando Iban se marchaba a la cama nos daba a todos un beso. Los primeros días después del atentado estaba como muy sorprendido, porque nos daba a todos un beso pero se quedaba esperando porque le faltaba alguien. Tuvo unos quince días en los que estuvo bastante alterado. Al final, la tensión que teníamos nosotros en el cuerpo se la transmitíamos a él sin querer. Luego tuvo como reacción unas descomposiciones grandes. Iban se ha criado como uno más, aunque le ha faltado su padre. En aquellos momentos tuvo a mi hermano, que era joven, y también estaba mi padre. Digamos que la imagen de su padre la podía reflejar en cualquiera de ellos dos”.

“Iban no ha sentido rechazo. Mucha gente, tampoco en el colegio, no ha sabido que él era huérfano de padre por terrorismo. Podrían saberlo unos pocos que me conocieran sus padres y les hubieran comentado. Pero él no se ha sentido discriminado por haber sido víctima del terrorismo”.

“Durango ha sido un pueblo en el que siempre ha habido muchos miembros de ETA. Es algo de lo que te vas dando cuenta con el tiempo. En el pueblo había gente que a lo mejor te decían que podría pertenecer a ETA… pero tampoco esa gente me miró mal ni nada por el estilo. En mi empresa he trabajado con gente afín a Herri Batasuna (HB), pero jamás me han hecho ningún tipo de comentarios. Mi vida ha sido como bastante normal, aunque la gente de fuera no entienda cómo yo pude seguir viviendo en Durango, con todo lo que teníamos”.

“A mí no me vino ningún medio ni ningún político tras el atentado. El único fue, a la semana, un policía municipal de mi barrio. Vino a mi casa con un secretismo bestial y me dijo que tenía que ir al Gobierno Civil en Bilbao. Allí me dieron un cheque con algo más de un millón de pesetas (algo más de 6.000 €) y me dijeron que no se lo contara a nadie. Es lo único que tuve en aquel momento, aunque reconozco que, como no teníamos ni un duro, me vino muy bien. Con el paso del tiempo va saliendo todo y, por lo que me han llegado a decir, parece que ellos se quedaron con parte del dinero que me tenían que haber dado. Más adelante tuve contacto con gente que me podría haber ayudado en este tipo de asuntos. Fue con los primeros que fundaron la AVT en Madrid. Los primeros contactos fueron buenos, pero después cambiaron los gestores…”.

“Tras el atentado contra mi marido ha asesinado a varias personas más en Durango. Después de ‘Epi’ fue a un policía municipal, a un capitán del Ejército que tenía una farmacia… Los vives mal, porque conoces a toda la gente. Yo conocía a toda la gente que mataron. En aquellos años, aunque sea de vista, prácticamente nos conocíamos todos”.

“De la noche a la mañana me vi en el papel de tener que trabajar y hacer de madre y de padre. Fue algo muy duro. Yo tenía la ayuda de mis padres, de una hermana que tiene 16 meses más que yo y que siempre hemos sido hermanas y amigas, un hermano de 10 años menos y otra hermana mayor… El ambiente de casa ha sido muy de estar todos juntos, pero aquel tema siempre fue tabú. Quizá la primera Navidad fue muy dura, pero siempre he puesto mucho empeño por sacar a Iban adelante. Él siempre ha sido muy comunicativo y yo siempre lo he visto feliz, a pesar de que le faltara algo. Quizá la barrera que ha tenido Iban es que no se centraba en los estudios. Ha sido mal estudiante a consecuencia de darle vueltas a la cabeza. Pero para relacionarse con todo el mundo nunca ha tenido problemas”.

“Siempre he achacado que quizás no ha habido unos profesionales como puede haber ahora que lo hubiesen intentado sacar adelante. Hubiera sido más fácil tratarlo cuando era más joven. A veces tengo la sensación de que hemos perdido tiempo. Recuerdo que la primera vez que fue al psicólogo y le mandaba hacer dibujos, cuando tenía seis años. Siempre hacía lo mismo. Por ejemplo, cuando tenía que dibujar una mesa, nos ponía a todos en la mesa, aunque siempre había un cubierto vacío. Pero para mí Iban ha estado bien y lo único que le han pesado han sido los estudios”.

“Quince años después del atentado contra mi marido, en 1993, tuve una anorexia nerviosa por la que tuve que ser ingresada. Fue, más bien, el cúmulo de cosas que iba tragando que terminó desembocando en ello. Por lo demás, no he sufrido más consecuencias físicas”.

“Para hacerse una idea de cómo soy hay una anécdota. Iban creo que tenía 14 años y tuvimos unas ‘enganchadas’. Él hizo un amago como de pegarme y hubo una situación muy tensa. Al día siguiente estaba trabajando en el taller con un compañero y, al ver que me reía tanto, me decía que tenía mucha felicidad en el cuerpo. Le conté lo que me había sucedido el día anterior con mi hijo y se sorprendía por que me riera. Creo que mis malos momentos los reflejo riendo, hablando mucho… Todo esto me trajo quebraderos de cabeza porque tenía que hacer de madre y de padre, pero Iban no entendía eso cuando era pequeño. Sabía que yo era su madre pero yo también tenía que ejercer la figura del padre que con una palabra imponía”.

“Voy a hacer 39 años trabajando en el mismo taller y puedo decir que el trabajo a mí me ha dado la vida. Creo que mi vida ha sido bastante feliz, independientemente del atentado o de otros que después se han ido produciendo y que hacen revivir todo lo tuyo. Por lo demás, creo que lo he sabido llevar bastante bien”.

“Jamás, ni desde el primer día, he visto un rechazo. Hubo un montón de gente en el funeral de mi marido, pese a haber sido en aquellos años tan duros y ser como fue. Sí hubo gente que dijo que le daba miedo ir. Pero nunca me he sentido rechazada por nadie. Me vi arropada y me he sentido muy querida en el pueblo”.

“En aquellos años en los que sucedía cualquier cosa por política y había que salir ‘por narices’ a la calle me ha ocurrido en el taller que me revolvía, porque me preguntaba a mí misma a ver cómo iba a salir a la calle a protestar si a mi marido lo habían matado y a mí me habían partido la vida por la mitad. Me fastidiaba. De los carteles que podía haber por la calle yo pasaba y era como si viera una pared blanca. Más tarde se decidió en el comité de mi empresa que por motivos políticos saliera a protestar quien quisiera, porque no se podía obligar a nadie a ir donde quisieran algunos pocos. Cuando mataron al socialista Casas empezamos a hablar unos cuantos para salir del taller a protestar. Salimos siete u ocho, y al día siguiente ya vino el típico para pedir explicaciones. Yo había sentido la necesidad de decir que si unos salían por unos temas, yo también había salido de trabajar porque me había dado la gana, con todas las consecuencias porque yo sabía que me iban a descontar el día”.

“La primera vez que fui a una concentración fue cuando sucedió lo de Miguel Ángel Blanco. Me tocó la fibra especialmente. No pensaba que lo fueran a matar. En esa época yo estaba trabajando de martes a sábado de tarde. Me puse la radio y escuché que había habido un secuestro de un concejal de Ermua. Yo tenía la esperanza de que lo iban a soltar. Salí a la noche de trabajar y, al juntarme con mis amigos, fuimos a Ermua y llegamos a un lugar donde había mucha gente con velas. En aquel momento yo estaba mal pero sentía que estaba haciendo algo bien. En Durango también hubo el lunes una concentración a la que fui junto a la iglesia. Yo gritaba como el resto de la gente, pese a que enfrente teníamos a los otros. Sentía que estábamos haciendo algo correcto. Nunca me había movido para nada. Me pareció que hubo un boom por parte de la sociedad porque salió mucha gente a la calle y me pareció algo justo. Pero siempre he dicho que me pareció justo en ese sentido, pero cuando sucedió un caso igual cuando ETA secuestró al ingeniero Ryan de la central de Lemóniz, aquello no tuvo repercusión alguna. La sociedad despertó cuando sucedió lo de Miguel Ángel Blanco. En algún momento tenía que haber ocurrido”.

“Sin embargo, después vas viendo todos los procesos que hay, y no me parece justo. Yo no envidio nada a nadie porque me he valido muy bien para salir adelante con mi trabajo y la pensión. Pero ves que después hay personas que han obtenido puestos destacados. Creo que no debería haber tantas asociaciones de víctimas, sino una asociación en la que todos estuvieran ahí y llevar las cosas como Dios manda. Hay mucha gente que está colocada y con buenos puestos de trabajo. Eso ocurre con unos cuantos, pero somos muchísimas familias y que lo estamos pasando mal. Aunque económicamente yo estoy bien, por ejemplo mi hijo está mal, sin trabajo, y es víctima tan directa como yo. Se ha dicho mucho que se van a dar ayudas para hacer cursillos, para formar más, para intentar buscar una colocación… No se ha hecho nada eso. Tras el cese de la violencia por parte de ETA, también ha salido que mucha gente que se marchó fuera a la que van a dar facilidades para conseguir viviendas de VPO y además les van a dar trabajo. ¿Y a nosotros que hemos llevado aquí el sufrimiento? En ese sentido no me parece justo. Al final paso un poco de ello, pero me duele un montón la situación de Iban”.

“Nunca me entraron tentativas de salir a vivir fuera de Durango. Estoy viviendo en la misma casa a la que entré a vivir cuando tenía un año y medio. Igual puedo ser única, porque la mayoría de la gente no ha entendido estas cosas. Me siento afortunada porque he tenido suerte y siempre me he sentido a gusto y muy bien. En ningún momento me he sentido rechazada ni tenido miedo”.

“Sé que fueron tres personas implicadas en el asesinato de mi marido, pero no sé quiénes son porque nunca se les ha cogido o dicho quiénes han sido. Mi caso ha prescrito, y punto. Ahí ha quedado la cosa. El lugar donde sucedió el atentado ha desaparecido, porque han edificado. Alguna vez que paso por allí pienso a la altura que podría haber sucedido, pero no puedo decir ‘aquí fue’. Yo pienso que lo malo se tiene en un pequeño rincón de tu cabeza y trato de quedarme siempre con el lado bueno de las cosas”.

“Un hermano de mi marido sí marchó varios días después del atentado, porque eran casi como dos gotas de agua. No trabajaban juntos, pero sí cerca. A mi cuñado le dio por pensar que el atentado podría haber sido contra él, porque cuando sucedió a mi marido le llamaron Vidal. Podía haber sido uno u otro. Yo he entendido que se marchara, como también un año después hicieron mis suegros y más tarde una hermana. Se quedó su hermana más pequeña”.

“Seguí manteniendo el contacto con ellos por que mi hijo supiera que tenía una familia, no porque ellos me hubieran demostrado algo. Siempre me ha faltado esa familia política para que me hubiera echado una mano en algún momento dado o se preocuparan por si necesitaba algo. A la vuelta de muchos años les dije que me hacían falta fotografías de mi marido para enseñar a mi hijo cómo era su padre. Entonces fue cuando me dijeron que yo me arropé en mi familia pero, ¿en quién me voy a arropar? En ellos no podía porque no me habían dado confianza o cariño que necesitaba en un momento dado. Creo que nunca me porté mal con ellos”.

“Nunca he demostrado rabia, jamás. Si veo carteles pegados en una pared es como si no lo viera. Ahora a veces igual me paro a mirar lo que pone. Los lunes cuando hacen concentraciones y llevan una pancarta, todos conocidos. Al principio me daba un poco de mal rollo pasar por delante de ellos. Ahora no les miraré. Ya sé quiénes están porque les conozco. Pero si tengo que pasar por allí no me voy a cortar un pelo. Y es que miedo nunca he tenido”.

“Yo no voy a perdonar porque creo que no tengo nada que perdonar. A mí no me han matado. Que pidan perdón al muerto. Lo que siempre me ha dado mucha rabia es cuando familiares de presos de ETA piden ayudas económicas a los ayuntamientos para desplazarse. Lo respeto porque a veces se producen muertes en las carreteras. Pero a mí ya me hubiese gustado ir a mil kilómetros y poder hablar y dar un abrazo a mi marido. Me tengo que conformar con ir al cementerio en el pueblo”.

“Hay ciertas cosas que me dan rabia. Durante muchos años si alguien sacaba algún tema de estos yo no he entrado a trapo. Ahora, en cambio, sí contesto y digo que si están en la cárcel es porque han matado a alguien. ¿Quiénes son ellos para quitar la vida a nadie? Aquí no ha habido una guerra, ha habido un conflicto. La guerra es la que han preparado ellos”.

“Siempre dije que nunca es tarde si la dicha es buena. Han tardado muchísimos años. Siempre he esperado el reconocimiento por parte del Gobierno vasco o por el alcalde de mi pueblo. He tenido esa espinita clavada. Sí ha habido un alcalde en Durango que se puso en contacto conmigo. Me mandó una nota expresándome sus condolencias y me decía que lo sentía mucho. Me sentí en la obligación de ir donde él para agradecerle esa nota porque nadie se había puesto en contacto conmigo. Después estuve varias veces en contacto con él y más tarde nos pusieron un monolito a las víctimas que ha habido en Durango. Creo que los reconocimientos ya están bien hechos”.

“No ha habido justicia con el caso de mi marido. Pienso que en aquella época la policía no se movía como lo ha estado haciendo los últimos años. En aquellos momentos estaba todo muy pasivo; tanto justicia como pueblo. Y la palabra exacta sería que no me ha tocado a mí. Pero hoy en día paso un poco de todos esos temas. Lo que quiero hacer es vivir mi vida de lo que pueda estar contenta, sin más”.