Pese a que su anterior militancia en la banda armada provocó que le costara rechazar públicamente los atentados terroristas, mediados los 90 se involucró de lleno en el movimiento Gesto por la Paz. Esta actividad le acarreó las primeras amenazas por parte del entorno de ETA. En 1999 se convirtió en concejal por el PSE en el ayuntamiento de Zarautz. A los pocos meses ETA quemó el almacén en el que guardaba sus instrumentos de trabajo y su furgoneta y recibió pintadas de amenaza.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Patxi Elola Azpeitia

Edad: 59 años (1956)

Profesión / Cargo: Jardinero / Concejal del PSE en Zarautz

Situación familiar: Con pareja e hijo.

Lugar de procedencia: Zarautz (Gipuzkoa).

COLECTIVO: Amenazados.

HECHOS

- Patxi Elola regresó de estar como refugiado en Francia en 1976 tras dos años de militancia en ETA (p-m). A su vuelta a Zarautz se enroló en varios movimientos políticos, y hoy en día continúa como miembro del PSE, partido por el que es concejal en su pueblo.

- Pese a que su anterior militancia en la banda armada provocó que le costara rechazar públicamente los atentados terroristas, mediados los 90 se involucró de lleno en el movimiento Gesto por la Paz. Esta actividad le acarreó las primeras amenazas por parte del entorno de ETA.

- En 1999 se convirtió en concejal por el PSE en el ayuntamiento de Zarautz. A los pocos meses ETA quemó el almacén en el que guardaba sus instrumentos de trabajo y su furgoneta y recibió pintadas de amenaza.

- Patxi Elola vivió durante años con miedo y escoltado por las amenazas. Pese a todo, se plantó y decidió no mostrar nunca debilidad en público.

CONSECUENCIAS

“Conocí los últimos años del Franquismo con una edad que ya me permitía ser consciente de las cosas. Mi familia había sido siempre comprometida, más bien nacionalista, pero socialista de izquierdas; el ambiente en el que nací. En esos años finales del Franquismo había movimientos ciudadanos importantes y una gran represión y, por el mero hecho de luchar contra la Dictadura de Franco parte de la juventud nos implicamos en distintos movimientos. Yo estuve en todo lo que se movía: la juventud parroquial, organismos culturales y también en ETA”.
“Me considero que siempre he sido un luchador a favor de la libertad. En aquel momento fui un luchador antifranquista y encaucé mi lucha a través de la organización ETA. Fue por esto por lo que tuve que exiliarme, desde 1974 hasta 1976. Cuando se dio la escisión de ETA, yo me posicioné en ETA (p-m). En cuanto tuve oportunidad, volví de Francia. Ya no quería continuar en ETA. Era de la misma línea que ‘Pertur’, quien decía que el Franquismo se acababa y que teníamos que prepararnos para luchar desde dentro en organizaciones como partidos políticos. Así pues, en 1976 regresé a Zarautz y tuve que hacer la ‘mili’. Después participé desde el inicio en EIA (Euskal Iraultzarako Alderdia) y más tarde en Euskadiko Ezkerra hasta que convergió con el Partido Socialista, donde continúo”.
“A mí me costó mucho condenar los atentados de ETA, aunque ya estuviera en Euskadiko Ezkerra y no estuviera en la organización. Pero llegó un momento en el que a través de Gesto por la Paz pude focalizar mi condena, hacia finales de los 80. Al principio reconozco que en aquellas concentraciones me ponía por atrás; me daba mucho corte. Yo estaba en contra de los atentados, pero habiendo sido miembro de ETA años atrás me costó condenarlos públicamente. Fui parte de la sociedad pasiva durante los años 80. Pero llegó un momento en el que estuve en primera línea, porque entendí que debía ponerme al frente, llevando la pancarta, junto a otros que habían sido miembros de ETA (p-m), cuando enfrente se nos ponían otras contramanifestaciones”.
“Las primeras amenazas y señalamientos me llegaron precisamente por ser uno de los cabezas visibles activistas de Gesto por la Paz en Zarautz, mediada la década de los 90. Sobre todo en aquella época de unos dos años en la que estuvimos manifestándonos con la pancarta todos los lunes por los secuestros de Julio Iglesias, Aldaya y Ortega Lara. Con esas protestas me signifiqué más en solidaridad con las víctimas, y digamos que conocía a las personas que se manifestaban frente a nosotros, y ellos a mí. A la gente de la izquierda abertzale le fastidiaba mucho más que una persona que en teoría había sido de ellos condenara la violencia, aunque fui de una rama que abandonó el uso de la violencia”.
“En el pueblo siempre he sido una cara conocida porque he participado en cualquier movimiento, ya sea deportivo, cultural, social, en oenegés… Siempre he sido activo y nunca me he quedado en casa. Las malas caras hacia mí comenzaron a raíz de mi participación en Gesto por la Paz. A la izquierda abertzale le dolía mucho porque ellos pensaban que la calle era suya, y lo que pasó a ocupar Gesto por la Paz era un espacio que hasta entonces había sido de ellos, porque ellos siempre lo habían utilizado. Por eso se ponían frente a nosotros en las contraconcentraciones. Nos conocíamos todos y es ahí donde se empiezan a marcar las diferencias y la negación a la relación”.
“Durante esa época notabas el desprecio de un cierto tipo de gente, por haberme significado con Gesto por la Paz. A raíz de entrar en el partido Euskadiko Ezkerra también me han llamado ‘arrepentido’, por mi evolución, gente que había sido de mi cuadrilla de amigos incluso. Desde la izquierda abertzale se han creído en posesión de la verdad y no han aceptado otros puntos de vista”.
“Eran años duros porque ETA ya había matado algunos concejales. En Zarautz habían asesinado a José Ignacio Iruretagoyena del PP, y ya había presiones. En aquella campaña electoral en la que salí elegido concejal, recuerdo que la gente del Partido Socialista procedente de Euskadiko Ezkerra éramos más odiados que los socialistas de origen, por provenir de un ámbito nacionalista. No entendían que pudiéramos evolucionar o hacer una lectura distinta de la situación. Para ellos éramos unos traidores”.
“En junio de 1999 comencé como concejal en Zarautz por el Partido Socialista, en el que milito desde que en 1993 se hizo la convergencia con Euskadiko Ezkerra. A los cuatro meses de tomar posesión, en el mes de noviembre, sufrí un atentado. Quemaron mi almacén, donde guardaba toda la maquinaria, la furgoneta… Estaba señalado. Me tenían muchas ganas. Pocos meses después empezaron las pintadas, y me pintaron una silueta humana con la cabeza sangrante. Después de todo esto, comencé a llevar protección de escolta al año de comenzar a ser concejal. Fui de los primeros concejales que tuvo en el Partido Socialista”.
“El almacén que me destrozaron tendría unos 90 metros cuadrados. Creo que lo destrozaron con cócteles molotov, porque en el almacén tenía botellas y tenía combustible. Me quemaron la maquinaria, de un valor importante. No arreglé el almacén, porque en un tiempo ahí se harían viviendas. Para el nuevo almacén no podía volver a tenerlo a la vista y cogí un almacén subterráneo y guardé las cosas de una manera escondida. Además adopté más medidas de seguridad. Fue algo doloroso que además me trajo la sensación de que iban a por mí”.
“No sufrí más ataques, pero sí señalamientos en la calle. Varias veces hubo pintadas contra mí en la calle o carteles. En fiestas echaban pasquines con mi cara… Más que por mí, tenía miedo por que mi hijo pudiera ver las pintadas en las fiestas y le afectaran. O a mi mujer. Dentro de lo que cabe, yo asumía ese riesgo, pero siempre había ese miedo por los míos. Con mi hijo, en base a su crecimiento y su capacidad de comprensión, siempre le he ido explicando la realidad”.
“Siendo concejal y antes de sufrir el atentado ya empecé a tener miedo por estar señalado. Yo palpaba ese odio hacia mí y, al ser concejal, más aún. Lo más grave de aquel atentado y de las pintadas es el miedo que se te mete en el cuerpo. Es algo que no es racional y que solo lo puedes controlar externamente. Yo no quería que nadie creyera que me estaba ganando mediante el miedo, y por ello no lo manifesté nunca públicamente. Nunca he hecho declaraciones en las que me echara para atrás; todo lo contrario. He entendido que para mejorar mi situación, incluso personal, es haciendo frente, tragándome todo el miedo. Llegó un momento en el que cuando tenía que salir de casa miraba a un lado y otro, tomaba todas las precauciones… y tenía miedo. En el acceso a mi casa tenía una entrada con recovecos y yo, a veces, salía corriendo por si había alguien. Por miedo también varié los horarios. Hay que añadir que en esa época habían asesinado a Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez, a José Luís López de Lacalle, que solía venir a cenar con nosotros a Zarautz, también al concejal del PP en Durango Jesús María Pedrosa… Yo tenía mucho miedo y tomé medidas”.
“Cuando comencé a tener escoltas ese miedo persistía, pero de una forma más descargada porque se supone que ellos hacen su labor y te dan seguridad, pero por ejemplo Fernando Buesa también tenía escolta, por lo que el riesgo siempre ha existido. Pero sí es verdad que algo te tranquilizaba porque de alguna manera se aminoró el riesgo y los de ETA, que de héroes tienen poco, preferían ir a por objetivos más fáciles que los escoltados. El miedo hizo que yo no hiciera ninguna escapada, aunque con el tiempo te relajas más porque no puedes vivir tan encorsetado con esa falta de libertad. Recuerdo que durante una tregua en 2006 sí hacía más escapadas”.
“Los fines de semana era cuando peor lo pasaba. Mi hijo era pequeño y yo salía con él. Para eso tenía que hacer una previsión la víspera y era muy difícil porque no sabía si iríamos a la playa, al monte, a jugar a pelota o a hacer cualquier cosa. Había que planificar todo con antelación para que vinieran las escoltas, que antes de venir tenían que limpiar la zona, supervisar papeleras, mirar matrículas de coches… y todo eso requería su tiempo. Si alguna vez cambiaba la meteorología y hacías un cambio de plan, para salir de casa debía esperar por lo menos hora y media. Es por esto que, para desconectar, muchos fines de semana marchaba fuera con mi familia, a lugares donde podía hacer cosas que en Zarautz no podía y que te daban un poco de oxígeno”.
“En cuanto a mi vida en el pueblo no he sentido un aislamiento especial, aunque haya tenido algunas anécdotas negativas por ir escoltado. Por ejemplo, yo trabajo como jardinero, y hubo una comunidad en la que prescindieron de mis servicios. Nunca me dijeron el motivo, pero sí algunos vecinos después de un tiempo. También mis escoltas denunciaron a algún vecino mío porque les había insultado. Pero, en general, no he notado rechazo hacia mí en Zarautz, más allá del odio de la izquierda abertzale hacia mí”.
“Para mí lo más duro ha sido la situación de convivencia con mi hijo, que era pequeño. Hemos tenido situaciones de tener que agarrarle de la mano para salir rápido de algún parque donde estaba jugando porque los escoltas nos decían que marcháramos rápido cuando venía gente de la izquierda abertzale, por ejemplo en manifestaciones. Eran momentos tensos de coger al niño y marchar. Por razones de seguridad, tampoco podía ir a recoger a mi hijo a clase todos los días en el mismo sitio; había que variar las rutinas. Con tantos cambios, llegó un momento en el que mi hijo estaba desconcertado porque no entendía la situación. La única opción que nos quedó fue que mi mujer dejara de trabajar, y lo hizo, para atender al niño dándole una tranquilidad y seguridad que no le podía dar. Esto conllevó además que nuestros bolsillos notaran un sueldo menos. Los efectos en los familiares de las personas que hemos sido víctimas o hemos sufrido presión apenas son conocidos, pero yo transmití mi dolor y vivencias a mi hijo, mi mujer o mis padres. Había muchas pequeñas cosas que me hacían la vida muy difícil a mí y a mi entorno”.
“Como consecuencia de toda esta situación de amenaza tuve que tomar medicación. Tuve una época en la que tenía pesadillas, no podía dormir. En aquellos sueños pensaba que me iban a matar. Luego en la vida real era más cerebral y, pese a que sí pensaba que a alguien podían asesinar, no pensaba que todos los boletos fueran míos. Por esto tuve necesidad de ayuda psicológica y tratamiento durante algo más de un año. Esto te cambia el carácter, te hace más agrio. Son sensaciones muy malas. Y luego había que salir a la calle a aparentar normalidad. El mero hecho de aparentar fortaleza podría ser un acto de fortaleza, para que vieran que no iban a conseguir nada mediante el método de la presión y la amenaza. No sé hasta cuándo hubiera podido aguantar así. Me considero un superviviente. He puesto las medidas y los mecanismos, a través de la policía, para ser un superviviente. Hay gente que no puede contar lo que le ha pasado”.
“Siempre he sido bastante positivo. Ya en la tregua de 2006 noté menos presión; había menor cantidad de atentados. También ETA había declarado que ya no iba a atentar contra cargos públicos, aunque por otra parte, amenazó al Gobierno Vasco de Patxi López. Había una contradicción en su mensaje pero mi lado positivo me hacía estar psicológicamente más tranquilo. Me sentía relajado más relajado pese a mantener la cautela. Empecé a recuperar una de mis aficiones que había tenido que abandonar, como el ir a la montaña”.
“Cuando me llamaron de un medio de comunicación para preguntarme qué me parecía la declaración que después iba a hacer ETA sobre abandonar la actividad armada, mi respuesta fue que me iba a marchar a caminar. Yo iba a continuar igual, no me impresionaba esa declaración ni me supuso nada, al contrario que las expectativas que me generó la tregua de 2006. Entonces pensaba que todo se iba a acabar, y el atentado del aeropuerto de Madrid que rompió esa tregua supuso un jarro de agua fría. En esta ocasión fui muy escéptico al principio, y no me creó ninguna ilusión. A partir de ahí sí me ha cambiado la vida, y un año después pude renunciar a la escolta porque no la necesitaba. ETA ya no era un peligro y lo único que podía sucederme era tener algún encontronazo con algún radical. Pero ese miedo con el paso del tiempo lo voy superando, pese a que sí haya tenido algún encontronazo”.
“Opino que hay una gran división en la izquierda abertzale entre quienes creen que han cometido un grave error apoyando la violencia y se han arrepentido y entre quienes no lo hacen y que si han cambiado su postura ha sido por las circunstancias. No tengo ningún problema de relación con alguien que es consciente de que lo que ha hecho está mal. Con esa gente se puede colaborar y trabajar en una serie de cosas aunque seamos diferentes ideológicamente. Pero mucha gente considera que lo que se ha hecho está bien”.
“Además del atentado y las amenazas que recibí de ETA, anteriormente, cuando militaba en ETA sufrí dos atentados de la extrema derecha, desde el Batallón Vasco Español (BVE) y de Antiterrorismo ETA (ATE). Esto es algo sobre lo que nunca encuentro el momento oportuno para contar, pero no porque tenga nada de ocultar”.
“Estando en el País Vascofrancés, siendo jóvenes, yo estaba recibiendo cursillos de preparación, en la época de ‘Pertur’ en 1975. Estábamos en unos caseríos situados a algunos kilómetros de Baiona y fuimos a esta ciudad a una manifestación que denunciaba el juicio que terminó con los fusilamientos de ‘Txiki’ y Otaegi. A la vuelta a los caseríos nos lanzaron una ráfaga de metralleta que dejó dos heridos de bala. Uno de ellos era el chófer, pero tuvo los reflejos de parar en la cuneta para que pudiéramos escapar todos. Pudo haber sido un final”.
“El otro atentado fue, el 12 de junio de 1975, en una sociedad que había en San Juan de Luz llamada Anai Artea, que la regentaban Telesforo Monzón y Juan José Etxabe. Entonces, Anai Artea era una casa donde se gestionaba con dinero enviado por vascos que estaban en Sudamérica. En esa casa, los de ETA político-militar recibíamos cursillos, y además había quienes vivían allí. Todas las tardes íbamos allí y, un día que de casualidad se suspendió un cursillo, pero estábamos en la casa. Pusieron una bomba que estalló, y estábamos en el otro extremo de la casa, que quedó completamente destrozada. La habitación en la que nos encontrábamos no se derribó en ese momento, pero la de los cursillos sí”.
“Después de aquello, al escuchar cualquier ruido me echaba al suelo. No habían ido a por mí personalmente, pero sí a por unos refugiados. Eso me creó un temor. Cuando empezaron aquí los atentados del GAL me acuerdo que temblaba. Solía sufrir mucho con los atentados del GAL, además de condenarlos. Pasé miedo porque me recordaba a aquellos atentados, de los que hubo más y provocaron muertos al otro lado de la frontera. Fue una forma de actuar contra el terrorismo mediante terrorismo”.