El 25 de octubre de 1986, ETA asesina con una bomba a su hermana Daniela Velasco Domínguez de Vidaurreta, a su cuñado el General Rafael Garrido Gil y a su sobrino Daniel Garrido Velasco. Como consecuencia de los efectos de la onda expansiva, resultaron heridas, además, 14 personas. Entre ellas, la ciudadana portuguesa María José Teixeira Gonçalves, que moriría el 11 de noviembre, como consecuencia directa de las heridas sufridas en el atentado.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Silverio Velasco Domínguez de Vidaurreta

Edad: 74 años (1937).

Profesión / Cargo: Catedrático de instituto de Filosofía. Jubilado / Vicepresidente de COVITE (Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco).

Situación familiar: Casado. Tres hijos.

Lugar de origen: Donostia - San Sebastián. Natural de Sangüesa (Navarra).

COLECTIVO: Familiares de víctimas.

HECHOS

- El 25 de octubre de 1986, ETA asesina con una bomba a su hermana Daniela Velasco Domínguez de Vidaurreta, a su cuñado el General Rafael Garrido Gil y a su sobrino Daniel Garrido Velasco. El General Rafael Garrido Gil estaba destinado en San Sebastián como Gobernador Militar de Gipuzkoa.

- Como consecuencia de los efectos de la onda expansiva, resultaron heridas, además, 14 personas. Entre ellas, la ciudadana portuguesa María José Teixeira Gonçalves, que moriría el 11 de noviembre, como consecuencia directa de las heridas sufridas en el atentado. Otra de las personas heridas, que sobrevive, Pilar Calahorra, sufrió heridas en su pierna izquierda, que le han dejado secuelas y dolores hasta el día de hoy.

CONSECUENCIAS

“El 25 de octubre de 2011 se cumplen 25 años del atentado, que tuvo lugar en el Boulevard de San Sebastián. La gravedad de este atentado no es precisamente por la categoría profesional de la persona a la que iban principalmente a matar, sino por el hecho de que fueron tres personas de una misma familia los que fueron asesinados en el atentado. En ese sentido, se trata del mayor crimen de ETA cometido dentro de Euskadi contra una misma familia”.

“ETA iba a matar a mi cuñado el General Rafael Garrido Gil, quien era el Gobernador Militar de Gipuzkoa. Era la mañana de un sábado y salía con su mujer, mi hermana Daniela Velasco Domínguez de Vidaurreta. Él tenía 59 años y mi hermana 58. Iban con mi sobrino, Daniel Garrido Velasco, el penúltimo de los seis hijos que tenían y tenía 21 años. Estudiaba Magisterio y había empezado Derecho. Estudiaba también euskera y estaba muy contento e integrado. Sus compañeros reaccionaron de manera muy contundente y muy indignados por lo ocurrido”.

“En el atentado, además, hubo 14 heridos, entre ellos la joven madre María José Teixeira Gonçalves, quien murió a los 17 días por las gravísimas heridas que le provocó el atentado. Dejó dos hijos huérfanos, Florinda y Carlos, de 13 y 5 años, respectivamente. Otra persona herida, Pilar Calahorra, tiene serias secuelas en una pierna. El resto de heridos fueron, en general, de menor gravedad, como un niño pequeño, Jon Bilbao, que iba con su padre…”.

“Ese día era el aniversario del Estatuto de Gernika. Es decir, parece que todo tiene un significado bastante siniestro. Es difícil no ver en eso una venganza, como en general en todos los atentados. Estuvo preparado al milímetro. Se había preparado una motocicleta que estaba aparcada en un garaje subterráneo junto al Gobierno militar. Está claro que no era una improvisación. Cuando el coche de mi cuñado se detuvo en un semáforo, dos terroristas se acercaron a él en la motocicleta y dejaron en el techo del coche una bolsa deportiva con imán que contenía un explosivo. Los agresores se dieron a la fuga y el artefacto explotó”.

“Era un sábado y había estado en la Kutxa (Caja de Ahorros de Gipuzkoa y San Sebastián). Al volver a casa unos vecinos me recibieron asustados y me dijeron que subiera al piso y allí recontó mi mujer lo ocurrido. Inmediatamente fuimos al hospital y allí únicamente vimos a mi sobrino. Estaba entero, con el pelo chamuscado. No pude ver los cadáveres de mi hermana y mi cuñado, que estaban ya en el depósito para hacerles la autopsia”.

“Fueron dos los principales autores del atentado. El más conocido, Kubati, sigue, que yo sepa, en la cárcel. Él puso la bomba encima del coche del general e hizo que murieran tres de sus ocupantes. La onda expansiva alcanzó con efectos letales a la señora portuguesa que pasaba por ahí. Se salvó, gracias a Dios, el chófer, que era un soldado de reemplazo llamado Jesús Norberto Febrer Lozano. Según contó él, el General le gritó que se tirara al suelo en el momento en que estaban ya en peligro inminente de muerte, como así fue. Eso le salvó. Se le rompió el tímpano pero es lo menos que pudo ocurrir”.

“Hubo conmoción. Al funeral asistieron autoridades como el Ministro del Interior, el Lehendakari… Había muchísima gente. Eran años en que eso no era un hecho excepcional, sino que los atentados eran algo habitual. Mis hermanos tenían una segunda vivienda en Jaca (Huesca), y por voluntad de sus hijos, que son en realidad las verdaderas víctimas porque un hermano siempre es menos que un hijo, el entierro se hizo allí. Yo he sido el único de la familia que ha seguido viviendo en Euskadi, y eso me ha dado un protagonismo involuntario, porque los primeros son ellos, después de los asesinados. El entierro fue en Jaca y allí el sentimiento fue todavía mucho mayor porque era y es una plaza con muchos destacamentos militares. Mi cuñado era nacido en Calahorra (La Rioja), pero, desde muy niño, vivió en Zaragoza y allí estaba el domicilio familiar, interrumpido por los diferentes destinos que tuvo”.

“En este caso hubo sentencia; en otros muchos no ha habido y se ha producido impunidad porque la prescripción ha operado en muchas ocasiones. La sentencia apareció en 1991, cinco años después del atentado aunque con algún error de bulto porque, en esa época, no había ninguna ley de solidaridad con las víctimas. Por eso, lo que se reconocía en concepto de responsabilidad civil no importaba puesto que se sabía que no la iba a cobrar nadie. No había esa ley que luego apareció en 1999. La sentencia de nuestro caso incurrió en el grave error de decir que solo había quedado con vida un hijo, siendo así que quedaron cinco, uno de ellos de 16 años menor que Daniel. El Estado se hizo cargo de esas indemnizaciones y lo que le dieron al único hermano se lo repartieron entre los cinco”.

“Mi cuñado estaba bastante confiado. Por ejemplo, la semana anterior habíamos estado en el cine y vinieron después a mi casa sin tan siquiera avisar a la escolta. No estaba obsesionado por estar siempre con escolta. Antes del atentado, mi familia no había sufrido ningún ataque o agresión, pero sí que habían hecho pintadas, a las que mi cuñado se opuso y entonces hicieron más. Amenazas también hubo. Pero no había habido ningún peligro particular. Mi hermana cuando escuchaba noticias de atentados siempre tenía miedo. En su destino en San Sebastián no llegaron a estar dos años”.

“La respuesta general de la sociedad fue buena aquí, y en Jaca extraordinaria. Por lo demás sí hubo un detalle supuestamente de universitarios. En lo que era la Facultad de Filosofía pintaron en las paredes y en el tejado la familia Garrido se fue como el humo de las velas, riéndose de la tragedia… Parece inconcebible pero eso era el pan nuestro de cada día. En cuanto a mí, yo vivo en una torre de 17 pisos con ocho viviendas en cada uno de ellos, y jamás he sufrido la menor incorrección de nadie. En ningún momento he sentido ningún desprecio, aunque suficiente desprecio fuera que te mataran a la familia”.

“Vivía un hermano de mi cuñado, sacerdote, que era castrense y que ejercía de abogado. Él estuvo muy encima en Zaragoza con mis sobrinos. Yo sé que ellos han necesitado asistencia psicológica. Lo han pasado muy mal, pero todos se han rehecho y han formado su familia los cinco. Allí están muy arropados. Conmigo, la Administración se portó muy bien. Yo era catedrático de instituto y pedí una comisión de servicio que me concedieron y así pude estar en Madrid con mi madre nonagenaria, pero perfectamente lúcida, que llevó con ejemplaridad su terrible dolor (Daniela era su única hija). Esa comisión de servicio permitía no perder tu plaza, que la tenía aquí, y poder estar trabajando en institutos de otro lugar”.