El 13 de abril de 1980, ETA asesinó a Eugenio Lázaro de un tiro en la nuca, a la edad de 49 años, cuando volvía de misa y se dirigía a una concurrida zona vitoriana. Eugenio Lázaro había sido teniente y, también, capitán en la antigua Policía Armada en la guarnición de Vitoria. Eugenio había sido amenazado por ETA en repetidas ocasiones.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Eduardo E. Lázaro Ezquerra

Edad: 51 años (1960)

Profesión: Psicólogo

Lugar de procedencia: Vitoria - Gasteiz. Reside en Madrid.

COLECTIVO: Familiares de víctimas.

HECHOS

- Eduardo Lázaro es hijo de Eugenio Lázaro Valle (natural de Santoña, Cantabria), quien fuera Jefe de la Policía Municipal de Vitoria y comandante de Infantería en la reserva. Anteriormente, Eugenio Lázaro había sido teniente y, también, capitán en la antigua Policía Armada en la guarnición de Vitoria. Eugenio había sido amenazado por ETA en repetidas ocasiones.

- El 13 de abril de 1980, ETA asesinó a Eugenio Lázaro de un tiro en la nuca, a la edad de 49 años, cuando volvía de misa y se dirigía a una concurrida zona vitoriana.

- A sus 19 años, Eduardo Lázaro quedó como el mayor de tres hermanos e hijo de una madre viuda.

CONSECUENCIAS

El siguiente testimonio se compone exclusivamente de extractos del libro “El dolor incomprendido. El sufrimiento en las víctimas del terrorismo”, escrito por el propio Eduardo Lázaro y por Lucía Sutil y publicado en Barcelona por Plataforma Editorial en 2007.

“Diecinueve años después del atentado, en el juicio, sentí una grandísima pena al comprobar cómo, mientras relataban los hechos, mi madre lloraba desconsoladamente en silencio. La pobre no quería que se le notase. Y todo para no ponernos mal a mi hermano y a mí”. (pág. 14)

“Es curioso cómo te sientes al contemplar a los asesinos de tu padre. Estás como bloqueado, con mil pensamientos que se agolpan en tu cerebro. Pasas de pensar en cuestiones importantes sobre lo que ocurrió a detalles sin importancia de su aspecto físico. Las emociones se disparan alternativamente del odio absoluto a una inmensa tristeza. Te activas y te desanimas por momentos. Quieres que pase rápido, pero a la vez no pierdes detalle. Te parece absurdo que se entable un diálogo de preguntas sin relevancia y de respuestas ambiguas, o simplemente de no respuesta. Incluso dudas de si realmente fueron ellos, aunque para la policía no haya dudas. Es una experiencia frustrante al máximo, en muchos momentos te preguntas si sirve de algo ser tan civilizado y creer en la justicia. Creo que simplemente estás rabioso con el mundo, con la vida misma”.

“Otra sensación que experimenté es la del absurdo. En una parte del juicio pensé lo absurdo del terrorismo. Esos terroristas que habían arruinado sus propias vidas y la de mi familia estaban allí, sentados en un banco de madera, en la llamada pecera de cristal, esperando ser juzgados. Me hubiera gustado saber qué pasaba por sus cabezas en ese momento. De ahí iban a ir a la cárcel con una condena de treinta años, y sin embargo las cosas seguían igual. Nada de lo que pretendían con su atentado ha cambiado. Es un absurdo. Un hombre bueno asesinado, una familia destruida y dos terroristas en la cárcel. ¿Qué sentido tiene? Creo que el juicio para las víctimas es un suceso inevitable, pero a la vez inservible. Nunca se supo toda la verdad, o por lo menos la verdad que a mí me interesaba. Ni siquiera pude preguntar. Tampoco pude opinar. Por supuesto, tampoco pude contar el daño que sufrimos en mi familia. Fui un simple espectador. Un espectador que se fue a su casa frustrado. A la espera de que los terroristas salgan de la cárcel, cumpliendo sólo una parte de la condena, para pasarlo nuevamente mal, y sentir la impotencia que me acompaña desde que asesinaron a mi padre”. (pág. 33 y 34)

“Desde hace mucho tiempo, en realidad desde mi adolescencia, he convivido con el terrorismo. Primero, por lo que oía en casa, en la calle y en la televisión. Amenazaban, asesinaban, ponían bombas, etcétera. Al poco tiempo, empecé a conocer a personas a quienes un día cualquiera habían amenazado, matado o puesto una bomba. Recuerdo a un amigo de mi padre que tenía un negocio de paso para ir al colegio y que cada día me saludaba, incluso a veces me paraba y charlábamos un poco. Sin poder despedirme de él, unos asesinos entraron en su negocio una mañana y lo acribillaron. En esa misma época mataron al padre de unas amigas después de dejar a su hija pequeña en el colegio. En poco tiempo comprendí que en cualquier momento nos podía tocar a nosotros, a nuestra familia, y así fue”.

“Un día terrible, estando en casa de mis tíos, llamaron por teléfono para anunciarnos que habían matado a mi padre. Mi tía no me decía nada, pero al ver cómo lloraba y con cuánta pena me miraba, comprendí. Casi al momento lo comentaban por la televisión. Es una experiencia única, escuchar la noticia trágica de un atentado terrorista, en el que tu padre es la víctima mortal. Estás solo delante de la pantalla, y el presentador que te cuenta todos los días lo que pasa en el mundo te describe en ese momento cómo han asesinado a una de las personas que más quieres, sin que tú puedas hacer nada, ni siquiera llorar”.

“Después, llegaba al hospital donde se encontraba su cadáver, mi madre desconsolada y mis hermanos asustados. Seguíamos siendo una familia, pero ya nunca la misma familia. Fue la imagen más triste de mi vida. Han pasado muchos años desde entonces, pero esa imagen y el dolor que sentí viven conmigo. El terrorismo nos había elegido como víctimas propiciatorias del absurdo, porque ¿qué es el terrorismo sino absurdo? ¿Alguien sensato puede pensar que aquello sirvió para algo?”. (pág. 47 y 48)

“El atentado en el que asesinaron a mi padre cambió muchas cosas. Siempre he pensado que la vida tiene un componente de planificación que marca la línea que quieres seguir, pero luego el azar hace que la trayectoria se vaya desviando. En aquellos días, yo era un joven que vivía con mi familia (mis padres, mis dos hermanos pequeños y mi abuela) en una ciudad pequeña. Hacía el COU, y no tenía muy claro lo que estudiaría después. Podría haber hecho cualquier carrera; la verdad es que era un buen estudiante. Me gustaban Medicina y Biología, aunque también me atraía seguir los pasos de la profesión de mi padre. Por eso, en algunos momentos pensaba en hacer las dos cosas. La fatalidad hizo que tuviera que elegir solo. Ya no tenía un padre para aconsejarme, y mi madre, extremadamente afectada por el atentado, tenía mucho miedo al futuro. Influido por esta situación, elegí la segunda opción, que era la más segura para mi familia, y además me permitía continuar la labor de mi padre, dado que él era militar. No fue fácil. En algunos momentos me entraban ganas de dejarlo todo y vengarme. En otros, me sentía duro, insensible y me iba al extremo de dedicarme a mí mismo. Pero siempre reaparecían el interés por mi familia y el recuerdo de las enseñanzas de mi padre. Un hombre bueno, que me hubiera guiado por el camino que elegí. Estudié, obtuve mi despacho y empecé a trabajar con ilusión, con la idea de formar una familia y ser un hombre feliz. Desde entonces, mi vida ha tenido más éxitos que fracasos. El hecho de madurar de golpe me hizo valorar algunas cosas de la vida que no todas las personas valoran. Creo que tengo algunas características auto forjadas en mi forma de ser, influidas por esa experiencia. Me considero un luchador. Por esta razón me gustó tanto la película El último mohicano. En ella, el protagonista siempre sale corriendo con su fusil subiendo la montaña. La película muestra que el que pierde el ánimo, muere. Esto es lo que marcó que mi vida haya sido satisfactoria a pesar de la desgracia: no he perdido el ánimo, y siempre he pensado que lo que sea de mi vida dependerá en gran medida de lo que yo haga. Los terroristas me quitaron a mi padre, pero no la educación que me dio. Esta frase se la oí a mi hermana, ayer mismo. Ella también lo tiene claro. Lo mismo podría decir de mi madre y mi hermano. Por eso quizá también han luchado por lo suyo, y, aunque con dificultades, han continuado, y tienen una vida satisfactoria. A otras personas que han sufrido la desgracia del terrorismo les diría que no se paren, que continúen, con su pena o con sus secuelas, pero que sigan. Que ellos tienen mucho que decir sobre cómo es su vida después del atentado. Que es difícil pero posible, y que además merece la pena. Incluso les diría que es la única forma sensata que conozco de luchar contra el terrorismo desde la soledad de la víctima: llevar una vida satisfactoria y feliz, distinta de la que los terroristas pensaron para nosotros”.

“Digo esto después de muchos años y después de bastantes errores. Aunque no fue fácil, esta experiencia me ha hecho comprender que todo el sufrimiento añadido, toda resistencia a disfrutar nuestra propia vida, por ser víctimas del terrorismo, es inútil. No sirve más que para pasarlo mal, nosotros y las personas que nos quieren. Vivir con un proyecto y con nuevas ilusiones es lo que merecemos. No desperdiciemos lo que no nos arrebataron los terroristas. Este es nuestro derecho”. (pág. 79, 80 y 81)

“Tantos proyectos, tantas ilusiones. No es sencillo para mí expresar lo que sentí y he sentido en estos años en relación con la muerte de mi padre en un atentado terrorista”.

“Últimamente, me planteo a menudo una cuestión: me estoy acercando a la edad en la que él murió, y se me termina su referente. Mientras él vivía, yo siempre pensaba, como cualquier hijo, que cuando fuese mayor sería como él. Al morir, su vida, su ejemplo y sus consejos quedaron grabados en mi memoria y me han servido hasta ahora. Pero en este momento siento un vacío, una sensación de incertidumbre. ¿Cómo hubiera sido mi padre de mayor? ¿Cómo se hubiera relacionado con nosotros? ¿Y con sus nietos? Cuando pienso en ello, me retorna la tristeza de la pérdida, la impotencia de no haber podido evitarla y la rabia. Una rabia muy intensa por lo que nos arrebataron sin ninguna razón, sin ningún motivo. Esto es lo que distingue el sufrimiento de las víctimas del terrorismo del resto de personas que sufren una pérdida. Es casi imposible enmarcar las muertes de mi padre y de tantas víctimas en un contexto natural, humano y razonable. Natural, asumiendo la muerte en el proceso de la vida. Humano, entendiendo que un accidente o un fallo pueden ocasionar la desgracia. Razonable, en el sentido de proporcionalidad o justificación del daño”.

“El terrorismo trunca el proceso natural, no respeta la esencia del ser humano y pone en entredicho su capacidad de razonamiento. Éste es un ejemplo de cómo el dolor convive con las personas que han sufrido el terrorismo, incluso después de muchos años”.

“Pero lo que quiero relatar en este testimonio no es el sufrimiento de nuestra familia, sino el lado bueno. Nuestra felicidad, a pesar de todo. Nuestra ganas de vivir. Nuestros logros personales y familiares. Y nuestra demostración de que los asesinos no han conseguido su objetivo. No estamos aterrorizados. Ellos, los terroristas, están muertos, en la cárcel o perseguidos. Nosotros, las víctimas, podemos tener una vida satisfactoria, como la mayoría de las personas, con algunos momentos de tristeza y de otras emociones que nos causan dolor, pero con muchos momentos de alegría y felicidad. Con el tiempo hemos aprendido a valorar más lo que vivimos con mi padre, que lo que no hemos podido vivir con él”.

“Después del atentado, mi madre, viuda, con 44 años y tres hijos de 19, 16 y 12, tuvo que aprender a vivir sin su marido, su gran amor, el único hombre de su vida, con el que llevaba casada veinte años. Mis hermanos y yo tuvimos que seguir educándonos sin un padre bueno que nos quería por encima de todo. Al principio fue muy difícil. Todo había cambiado para nuestra familia. En ocasiones se sentía más la pérdida de mi padre que nuestra presencia. El futuro era incierto. Estábamos asustados y tristes. Nos era difícil hablar de lo que sentíamos. Así pasaron bastantes años, sobre todo para mi madre. Pero no nos hundimos del todo. Con el tiempo, fuimos asumiendo la pérdida y elaborando nuestro proceso de duelo familiar y personal, cada uno a su ritmo. Empezamos a poder disfrutar de nuestros pequeños logros. Estábamos unidos y tomamos conciencia de que seguíamos siendo una familia. Descubrimos que la pérdida nos había enseñado a vivir de otra manera, pero a vivir bien. A ilusionarnos por la vida”.

“Hoy mi madre está orgullosa de todos nosotros, sus hijos y sus nietos. Y nosotros lo estamos de ella. Ha demostrado ser una mujer fuerte. Tanto mis hermanos como yo tenemos nuestras familias, estabilidad emocional, económica y laboral, llevamos unas vidas sanas y trabajamos en nuestros proyectos de futuro. Hemos luchado, y en cierto modo hemos vencido. Pienso que es lo que hubiera querido mi padre para nosotros, si lo hubieran dejado elegir”. (pág. 113 a 115)