Leonor y su marido habían hablado en numerosas ocasiones de la posibilidad de que sucediera un atentado y lo que supondría. El 24 de mayo de 1989 ETA asesina a su marido, el artificiero de la Policía Nacional Manuel Jódar. Una de las formas en las que Leonor ha rehecho su vida ha sido comprometiéndose a favor de la paz en Euskadi desde diferentes colectivos como la AVT e iniciativas como la de Glencree.

DATOS PERSONALES:

Nombre: María Leonor Regaño Robles

Edad: 66 años (1946)

Profesión: Modista

Situación familiar: Viuda. Dos hijos.

Lugar de procedencia: Plencia (Bizkaia).

COLECTIVO: Familiares de víctimas.

HECHOS

- El 24 de mayo de 1989 ETA asesina a su marido, el artificiero de la Policía Nacional Manuel Jódar. La banda terrorista colocó varias trampas en un coche-bomba que acudieron a desactivar el marido de Leonor Regaño y dos compañeros. Cuando creían haber desactivado todas las bombas, un artefacto explotó y alcanzó de lleno a los tres agentes, quitándoles la vida.

- Leonor y su marido habían hablado en numerosas ocasiones de la posibilidad de que sucediera un atentado y lo que supondría. Además, Leonor sabía qué terreno pisaba al casarse con un policía, puesto que uno de sus hermanos también hizo carrera en la Guardia Civil y fue amenazado.

- Tras el atentado contra su marido, Leonor Regaño tuvo que sacar sola adelante a sus hijos, aunque siempre ha contado con el apoyo de su familia. Respecto a ella, poco tiempo después del atentado comenzó a sufrir consecuencias en su salud.

- Una de las formas en las que Leonor ha rehecho su vida ha sido comprometiéndose a favor de la paz en Euskadi desde diferentes colectivos como la AVT e iniciativas como la de Glencree. Además, está pendiente de entrevistarse en la cárcel con uno de los asesinos de su marido.

CONSECUENCIAS

“Manuel era granadino. Estudió en la academia de la Policía Nacional y vino aquí con un compañero. Pensaban ir a Gipuzkoa, pero pararon en Bilbao unos días y por medio de otro primo mío nos conocimos. Nos conocimos en mayo de 1976 y nos casamos en marzo de 1977. A finales de año nació mi primera hija y, año y medio después, mi hijo”.

“Antes de que mataran a mi marido, yo sabía el terreno que pisaba, porque mi marido era policía nacional y especialista en desactivación de explosivos. Mi padre había sido guardia civil, pero en una época que estaba Franco y era tranquila, porque todo era distinto. El terrorismo surgió más tarde. También tuve un hermano que fue oficial de carrera de la Guardia Civil y con él ya empezamos a ver lo que era el terrorismo. Mi hermano recibió en casa amenazas de ETA para que se marchara, diciendo que, si no lo hacía, matarían a cualquiera de mis hermanos”.

“Por eso sabía el terreno que pisaba con relación a mi marido y sabía que, por desgracia, teníamos que tener el cuidado, por seguridad, de no decir a los niños que su padre era policía nacional. De hecho, en el colegio no sabían que mi marido pertenecía a las fuerzas de seguridad. Yo era quien iba habitualmente al colegio. Mi marido iba muy poco porque, por desgracia, teníamos que hacerlo así por seguridad”.

“En la vida familiar teníamos mucha comunicación entre los cuatro. Con mi marido hablaba muy a menudo acerca de cómo estaban las cosas. Es necesario en cualquier familia, y más en una en la que hay un miembro de las fuerzas de seguridad, para poder apoyar a mi marido en todo momento y para que él, al mismo tiempo, se pudiera desahogar en casa contando lo que le pasaba. Gracias a Dios hemos tenido una familia muy unida y, sobre todo, con mucha comunicación”.

“En 1978, Manuel y varios policías fueron destinados a sus lugares de origen. Así, estuvimos una temporada en Andalucía y, cuando Manuel pidió volver al País Vasco (pese a que eso suponía exponerse al peligro) nos enteramos de que, sin quererlo, había salvado su vida. Regresamos a Bilbao en el 1981 y unos meses habían detenido a parte del ‘Comando Bizkaia’. Entonces los jefes llamaron a Manuel y le dijeron que al detener a esas personas encontraron un listado en el que aparecía el nombre de mi marido. En esa lista ponía que no se podía llevar a cabo el atentado contra él porque no se le veía y que estaba en un domicilio desconocido. Sus jefes dijeron a mi marido que no fuera por mi casa ni de familia, que lo evitara. A partir de eso estuvimos más alerta, pero nunca sufrimos agresiones directas. Simplemente, nos dimos cuenta de que debíamos seguir unas reglas como por ejemplo tener cuidado con el coche”.

“Nosotros salíamos a la calle tranquilos. Sí es cierto que poco antes del atentado tuve una premonición. Fue una anécdota, pero fue la única vez en mi vida que tuve miedo. Íbamos al dentista y nos paramos en el portal para que nos abrieran el timbre. Se nos paró un chico al lado, joven, de pelo rizado… En ese momento ese chico me dio una sensación rara, porque se paró y no se marchaba. Nos abrieron la puerta y entramos, con él detrás sin que dijera nada. Ahí yo sentí un poco de miedo y subió con nosotros en el ascensor. Además siempre nos guardaba la espalda y no se ponía delante. En el ascensor pensé que ocurriera lo que tuviera que pasar… Pero no pasó nada. No dijo ni a qué piso iba. Según salimos nosotros del ascensor él también salió, y pensé que en ese descansillo ocurriría algo. Tocamos el timbre de la consulta y al salir la chica le sonrió a ese chico y casi me derrumbo. Aquél día tuve la sensación de que podía haber ocurrido algo. También tuve un sueño al poco tiempo. Y fue al poco tiempo cuando sucedió el atentado. Siempre he dicho que Dios me estuvo preparando el camino para que supiese tener los pies sobre la tierra y la cabeza fría en el momento adecuado, y así ocurrió”.

“Sabíamos que podía suceder un atentado. En 1989 hubo una tregua que comenzó en enero y duró hasta el 8 de abril. Sabíamos que aquella era una época de tranquilidad transitoria para las fuerzas de seguridad, pero no para ellos porque se estaban rearmando. La última noche que dormimos juntos estuvimos hablando y mi marido me dijo que esa tregua estaba sirviendo para que las fuerzas de seguridad estuvieran más relajadas pero ellos se rearmaran. También añadió: ‘Por desgracia van a caer muchos compañeros’. Automáticamente rectificó, como si tuviera una premonición: ‘No van a caer; vamos a caer muchos y va a correr mucha sangre’. Entre otras cosas me dijo que él se quedaba tranquilo porque sabía que mi familia me arroparía mucho y que los niños y yo, por tanto, no nos íbamos a quedar solos si a él le pasaba algo. También decía estar tranquilo porque confiaba en que yo era fuerte y que, si me tocaba, sacaría a los niños adelante sola. Esa conversación tuvimos la última noche que dormimos juntos”.

“El 24 de mayo de 1989, Manuel se levantó y marchó a trabajar. Hacía turnos de 24 horas, y cuando los niños me preguntaban a dónde se había marchado, yo les decía que se había marchado a Madrid para que no supieran que pertenecía a las fuerzas. Tampoco vieron nunca los uniformes ni la pistola en casa. Mi marido vino por la tarde y yo entonces todavía trabajaba cosiendo”.

“La despedida que tuve de mi marido fue fenomenal. Fue una despedida que me dulcificó mucho y, además, fue la mejor que me pudo hacer. Me dijo que me quería con locura, que estaba muy tranquilo y que para él los niños y yo éramos lo máximo que había en la vida. Me dijo que estaba muy feliz, que no tenía nervios. Es como si lo estuviera viendo ahora, dándome un abrazo y diciéndome que nos quería mucho a los tres. Fue el mejor regalo que me pudo hacer. Además, siempre me llamaba a la noche cuando tenía servicio y me llamó también a la madrugada, para decirme lo mismo y que todo estaba tranquilo. Siempre digo que los etarras no me han podido quitar lo feliz que estaba mi marido y lo felices que éramos. La mañana siguiente estuvo en casa pronto pero tuvo que marchar para suplir a un compañero y, a las pocas horas, sucedió el atentado”.

“Algo más tarde de las 6 de la mañana pusieron un primer coche señuelo. Ese coche explotó, y lo pusieron con la intención de coger a todos los Tedax. Todo quedó grabado por los medios de comunicación. Había un segundo coche en el que realmente había una bomba y empezaron a trabajar en él más o menos a las 6 y media de la mañana. El coche explotó a las 8 y media de la mañana. Se vio en directo por la televisión cómo explotó la bomba, estando mi marido al lado del coche, junto a su compañero Sánchez y Luis Hortelano. La explosión les cogió a los tres y los cuerpos quedaron deshechos. Cuando todo terminó se encontraron varias trampas para atraparlos”.

“En mi casa yo nunca ponía la televisión a las mañanas porque habíamos prohibido la televisión para mis hijos, así que la noticia del atentado me la dio la familia de mi marido por teléfono, cuando su hermana llamó para preguntar qué había pasado. La dejé hablando con los niños por el teléfono, con la prohibición de que les dijera nada, mientras yo pasé a casa de mi vecina para tratar de enterarme de algo. Desde su casa llamé por teléfono al cuartel de Basauri y, solo por el tono de voz, noté que había ocurrido algo. Dije que era la mujer de uno de los Tedax, de Jodar, y que quería saber si había habido un atentado. Nadie me contaba lo que había sucedido con mi marido, pero yo tuve claro que había tenido un atentado. Insistiendo me dijeron que Manuel no estaba vivo”.

“Me pidieron que no acudiera al lugar del atentado, porque me veían decidida a hacerlo. No quería que fuera porque el atentado fue tan brutal que los cuerpos se desintegraron y quedaron trozos de tres personas que murieron por varios sitios. Junto a Manuel, murió otro compañero que también era Tedax y también otro, Luis Hortelano, que había sido compañero de Manuel cuando se estaba preparando para ser Tedax pero que se había pasado a la Ertzaintza para formar el primer equipo de desactivación del cuerpo. Yo sabía que el panorama que habría allí no era bueno y, como dijeron que venían a buscarme, les esperé. Hablé con mi cuñada para contarle lo que había pasado”.

“Tenía la cabeza muy fría. Sabía qué tenía que hacer y qué no. De los pasos que había que dar después, de preparar la capilla ardiente, etc. Mi preocupación en los primeros momentos era que tenía que dar la noticia a mis hijos de 11 y 9 años. Se habían percatado de que estaba ocurriendo algo. Traté de acoplarme a su mente para hacerles el menor daño posible. Me metí en una habitación con ellos y creo que tuve las palabras acertadas de decirles que hay unas personas que son muy malas en la vida y que habían decidido que aita nos dejara, que Dios se lo había llevado con él al cielo y que nos tocaba ser fuertes y rezar por él. También les dije que íbamos a tener unas horas complicadas y que estuvieran tranquilos porque yo iba a estar con ellos y no les pasaría nada. Se quedaron aparentemente relajados. Los niños se fueron con una amiga íntima mía y estuvieron arropados con ellos y sus hijos, compañeros de clase. Al día siguiente les llevé al funeral, pero con el paso de los años hubo consecuencias”.

“También tenía que preocuparme de la familia de mi marido, de quienes se encargaron de trasladar a Bilbao. Mi suegra estaba muy delicada y no quería que le pasase nada y con mi suegro, un tanto de lo mismo. A mí los médicos quisieron darme unas pastillas y les dije que no, porque tenía que tener la cabeza muy fría y que prohibía que me dieran medicamentos que no autorizara. Se quedaron extrañados porque mi reacción no era normal, pero yo había tenido ya todos los antecedentes y sabía que tenía que estar así. Me dijeron que eso me iba a pasar factura con el paso del tiempo, y así fue”.

“No tardó mucho tiempo en hacerlo, con taquicardias, falta de sueño… Eso fue paulatino. Pensaba que las taquicardias se irían pasando, pero fueron en aumento. El atentado contra mi marido fue en mayo, y a finales de año yo notaba que las taquicardias me fueron en aumento y me duraban las 24 horas del día. Yo seguía tranquila porque ya sabía de dónde venía, pero fui al médico. Me habían mandado unos tranquilizantes que no tomaba, y dejé de poder dormir ni de día ni de noche. También empecé con un problema en las uñas. Me trataba, se paraba el problema y a los quince días me salía otra cosa. Y así sucesivamente. Cuando tuve un problema en la garganta fui al especialista, al cual conocía porque había operado a mi marido, y me dijo que el problema que tenía era que tenía ‘alergia’ a Bilbao, que lo mejor era que marchara. Pero yo no me quise ir. Ya han pasado 23 años desde lo de mi marido y apenas tengo problemas de salud. Muy de vez en cuando”.

“Sí hay una cosa que a nivel general sucede a las personas que han pasado por lo mismo que yo. Lo que sí perdemos es el poder de retención. Me gustaba leer, sobre todo novelas. Al tiempo del atentado, empezaba a leer y, al pasar la página, no recordaba lo que había leído. No había manera de avanzar con el libro. Hablando con otras compañeras y con el grupo de psicólogos que teníamos en un grupo de trabajo lo planteé y me dijeron que hemos perdido la capacidad de retención. Con el paso del tiempo he ido recuperando pero cuesta mucho. Con los nombres de las personas me ha pasado algo parecido; me quedo con las caras pero no los nombres”.

“Yo digo que he sido una súper-privilegiada porque he tenido una familia que me ha apoyado en todo. En las amistades es donde ves cuáles son amistades con mayúsculas y cuáles no son más que conocidos”.

“Mi hijo llegó a un momento en que veía que necesitaba sacar lo que tenía dentro, que necesitaba llorar y gritar. Un día le pregunté qué le pasaba y no quería ni que le tocara, pese a que siempre había sido muy cariñoso siempre, incluso después de lo del padre. Ese día me dijo que le daba asco y que no le tocara. Le dije que estaba así por aita y me dijo que sí y, zarandeándolo un poco, le dije que él tenía que llorar y sacar lo que tenía dentro. Fue un día muy desagradable. Mi hija estaba en el pasillo llorando al otro lado de la puerta al ver cómo estaba su hermano. Fue uno de los días más tristes de mi vida por ver cómo estaba mi hijo. Después él lo ha llevado bien. Incluso ha tenido amigos de diferentes tendencias. Al final mis hijos no han tenido problemas de ese estilo con compañeros de colegio”.

“Mi hija también estuvo muy tocada. Ella sí había estado en el funeral del padre, pero no había hecho el duelo por él. A medida que pasaron los años se notaba peor. Estuvo en tratamiento y al final llegó el momento en que tenían que hacerle visionar una película con las imágenes del atentado de su padre, a la edad de 23 años. Ella vio parte de la película, en la que estaba, por ejemplo, el funeral. Después le hacían preguntas… Todo eso fue el arranque para que ella se pusiera bien”.

“Cada persona lo exterioriza de una forma distinta. Al cabo de 20 años yo no pensaba que me iba a volver a poner mal. Por la cosa más tonta se me juntaron una serie de cosas y me di cuenta de que estaba mal. Llevo tres años en tratamiento tomando unas pastillas antidepresivas. No quería salir de casa, no quería hablar con nadie, me molestaba todo… Me di cuenta y me puse en tratamiento. Ahora ya voy bien. También es la fuerza de voluntad que tengas de salir adelante. Es doloroso y cuesta mucho. He ido asimilando varias etapas y ahora estoy con que mi hija reside en Madrid, mi hijo vive a caballo entre Madrid y Salamanca y no dentro de mucho irá a vivir con su novia. Son etapas que hay que aprender a vivir”.

“Jamás me he planteado marchar del País Vasco. Siempre me ha gustado escribir, y un día que estaba trabajando en casa me empecé a notar sensible y me venían muchas palabras. Cogí un lápiz y comencé a escribir un poema y se lo dediqué a los Tedax. Siempre he dicho que yo no tengo por qué marchar de aquí. A mí nadie me puede echar porque esta tierra ha sido regada con su sangre. Vayas a donde vayas por aquí, la tierra ha absorbido sangre de ellos. Esta es mi tierra y no tengo por qué marchar. En todo caso, ellos, que son quienes están matando, extorsionando y haciendo la vida tan difícil a tantas familias. La única manera de la que me habría marchado era si yo hubiera visto peligro en la vida de mis hijos y, afortunadamente, nunca lo he notado”.

“De los responsables del atentado que mató a mi marido uno murió en un tiroteo con la policía. Hay tres que están juzgados, y con uno de ellos me voy a entrevistar mediante el programa de entrevistas que concierta el Gobierno entre víctimas y terroristas arrepentidos. Mi hijo no ha querido saber nada de ello y mi hija tampoco quiere. Me motiva hacer esa entrevista, por un lado, hacerle una serie de preguntas. Saber qué es lo que él siente, por qué se metió ahí y el saber por qué dice que se ha arrepentido, si piensa en el daño que ha causado en las familias, que me conteste a ver si nosotros no hemos tenido el derecho a tener una familia como él quiere tenerla… Una serie de preguntas que espero que me conteste. No soy hipócrita y no le voy a dar la mano cuando le vea porque no me va a salir de dentro. No sé lo que haré cuando salga de la entrevista, lo dirá el momento. A ver qué respuestas me da y si noto que está realmente arrepentido”.

“Que me vaya a pedir perdón no es algo que me baste. Pero de momento dejo las interrogantes y a ver qué pasa con esta persona. Por otro lado, pienso que aquí hay mucho que hacer en relación a la convivencia y que es muy difícil, aunque estamos dando pasos para que eso ocurra”.

“Uno de esos pasos ha sido la llamada Experiencia Glencree en la que participé. Cuando me propusieron tomar parte en ella pensé que podía ser algo interesante. Teníamos que poner bastante de nuestra parte, porque estábamos personas víctimas de ETA y víctimas de otros grupos que teníamos que escucharnos mutuamente con el objetivo de llegar a un entendimiento. Fue una experiencia muy dura, porque al principio tienes una sensación extraña por las personas que tienes enfrente. Cada persona que participamos íbamos hablando y exponiendo nuestra experiencia. Fue duro tanto exponer lo que pensábamos como después poder llegar a entender cada uno el porqué de la vivencia de los otros”.

“Antes de participar en esta experiencia me hacía muchas preguntas. Me preguntaba qué tenía que hablar yo con esa gente, qué tenía que oírles, qué reproches me harían… Llegaba a plantearme si merecería la pena pero, al mismo tiempo, escuchaba una voz interior que me decía que aprovechara la oportunidad”.

“Los días que estuvimos conviviendo juntos tras el primer contacto te das cuenta de que, aunque sea por un mínimo punto de acuerdo, ha merecido la pena. Llegar al último día y ver que pudimos llegar a varios puntos de acuerdo hizo que mereciera la pena haber pasado momentos durísimos, creer que nunca podríamos llegar a entendernos y el saber escuchar también a los otros sus vivencias, a gente que era simpatizante o que tenía gente en la familia que había sido miembro de ETA. Vimos que podíamos seguir hablando, que cada uno podía aportar y hemos llegado a puntos de acuerdo en los que pensamos que todos nos encontramos. También te das cuenta de que, lógicamente, esas otras víctimas tampoco tenían que haber existido. Podemos hablar tranquilamente y respetarnos. Tratamos de que esta experiencia no fuera algo de unas cinco o diez personas, e intentamos aumentar los grupos de gente. Ha sido una vivencia buena y positiva, creo que para todos los participantes que hemos estado en ella”.

“Vimos que podíamos hablar entre todas las personas que allí estuvimos. Demostramos que, con voluntad, en el País Vasco podemos tener una convivencia tratándonos y hablando lo que a cada uno le ha tocado pasar”.