El 7 de marzo de 2008, después de su turno de noche de trabajo en una fábrica, Marian Romero se despidió de su marido Isaías Carrasco. Un rato después, Marian y su hija mayor escucharon unos ruidos y, al bajar corriendo a la calle, encontraron a Isaías saliendo malherido de su coche. Isaías Carrasco había sido tiroteado y asesinado por ETA. Romero quedó viuda a cargo de sus tres hijos, de 20, 14 y 4 años de edad. El más pequeño de ellos, Adei, presenció las imágenes de su padre herido desde la ventana de su casa.

DATOS PERSONALES:

Nombre: María Ángeles Romero

Edad: 44 años (1967)

Profesión: Trabajadora en una fábrica

Situación familiar: Viuda. Tres hijos.

Lugar de procedencia: Nacida en Quintana de la Serena (Badajoz), reside en Mondragón (Gipuzkoa) desde los cinco años.

COLECTIVO: Familiares de víctimas.

HECHOS

- El 7 de marzo de 2008, después de su turno de noche de trabajo en una fábrica, Marian Romero se despidió de su marido Isaías Carrasco, quien se disponía a salir a su trabajo en una cabina de peaje de autopista. Anteriormente, Isaías Carrasco había sido concejal durante una legislatura en el Ayuntamiento de Mondragón por parte del PSE-EE.

- Un rato después, Marian y su hija mayor escucharon unos ruidos y, al bajar corriendo a la calle, encontraron a Isaías saliendo malherido de su coche. Isaías Carrasco había sido tiroteado y asesinado por ETA.

- Marian Romero quedó viuda a cargo de sus tres hijos, de 20, 14 y 4 años de edad. El más pequeño de ellos, Adei, presenció las imágenes de su padre herido desde la ventana de su casa.

CONSECUENCIAS

“Éramos una familia normal. Como todas las familias, con nuestros problemas, alegrías, tristezas… Una familia media. Isaías trabajaba como cobrador en la cabina de un peaje de autopista. Además, a veces hacía algún trabajo extra para ayudar más en casa. Yo trabajaba como eventual”.

“Cuando yo estaba embarazada, Isaías me dijo que igual salía de concejal en las próximas elecciones municipales, porque iba en la lista del PSE-EE. No me gustó nada, porque sabía que eso iba a cambiar nuestras vidas. Pero él llevaba años con esa ilusión y al final lo respetamos. Finalmente, Isaías fue elegido concejal y recibió la protección de escolta unos 15 días antes de entrar en el Ayuntamiento de Mondragón. Entonces, nuestra vida cambió bastante. Estábamos condicionados por llevar dos personas detrás todo el rato y perdimos la intimidad familiar”.

“Desde que Isaías comenzó a llevar escoltas no había tenido una vida muy normal. Cuando nacieron nuestras hijas Sandra y Ainara se había dedicado mucho a ellas. En cambio, a Adei no lo sacaba tanto a la calle, yo creo que por amor, por miedo a que le pasara algo cuando estaba con él. Por esto no jugaba mucho con el niño en la calle. Además, cuando cualquiera de la familia íbamos con Isaías por la calle, llamábamos mucho la atención por llevar detrás a los escoltas; íbamos siete personas. Por eso él prefería quedarse más tiempo en casa que salir con nosotros. También había amigos que no querían ir con Isaías por los escoltas. Con otra gente no hubo ningún problema, pero sí hubo quienes le dejaron un poco de lado porque parece que los escoltas le daban reparo”.

“Adei fue creciendo e Isaías quería normalizar la situación. Tras terminar la legislatura en la que fue concejal, renunció a los escoltas y empezó a ir con su hijo a jugar y la cosa se normalizó un poco. Iban a jugar a fútbol, salían a la calle… Isaías empezó a ejercer más como padre de la misma manera que hizo con Sandra y Ainara. Le estaba costando tener ese acercamiento a su hijo pequeño. Adei tiene recuerdos de su padre y alguna vez comenta que le dejaba ganar al fútbol o que le escondía el mando de la televisión para que no le cambiara los dibujos”.

“Antes del atentado no hubo signos de que Isaías estuviera amenazado o vigilado. Solamente recuerdo una vez que recibimos una carta en el buzón de casa en el que ponía algo así como sabemos dónde estás. No le dimos ninguna importancia a ese papel. Pero, a no ser que él recibiera alguna amenaza y no me lo contara para no preocuparme, no hubo nada”.

“Cuando asesinaron a mi marido, nuestros hijos tenían 20, 14 y 4 años. A mi hija mediana, Ainara, al estar en plena adolescencia a lo mejor le chocaba un poco más la situación. Isaías había dejado los escoltas porque quería una vida un poco más normal, sobre todo, para estar con el hijo pequeño, Adei”.

“Todavía hoy me pregunto muchas veces por qué él, si nunca había hecho mal a nadie, era muy buena persona, nunca se metía con nadie, ni hablaba de política… ¿Por qué él? No entiendo por qué se fijaron en él, ni qué criterio siguieron para que fuera él. No fue una persona que destacara en su labor política, que hubiera salido en los medios… No había hecho nada”.

“El atentado fue un 7 de marzo. De ese día me acuerdo todos los días. La ropa que llevaba, lo que hice… todo. Yo había estado trabajando de noche. Llegué a las 7 de la mañana de trabajar y él estaba dormido. Hice tiempo, me llevé al niño al colegio y me fui a trabajar a una casa en la que yo limpiaba. Cuando llegué a casa hacía un día muy bueno. Miré a la ventana y pensé en la gente que había tendiendo la ropa. Al llegar, estaban en casa Sandra, Isaías y Adei. Isaías me dijo que iba a hacer un recado que le había dado Sandra, y que le planchara el pantalón del trabajo. Sandra le dijo riendo que para qué se lo iba a planchar si no se lo iba a ver nadie, y nos reímos. Le dije que cogiera un bocadillo y el pantalón y se fuera a trabajar, que es lo que hacía siempre, porque yo me tenía que acostar. Él, cabezón, hizo al revés. Se fue y, cuando volvió a casa, Sandra le había dado mal las indicaciones del recado y empezaron a bromear. Después de trabajar, yo todavía no había dormido y le dije: ¡Te quieres marchar de una vez, que tengo que acostarme para ir a trabajar a la noche! Y se fue”.

“Me quedé en la sala con mi hija Sandra. Oímos un ruido y mi hija dijo que eran tiros. Yo le dije que no podía ser. No sé por qué, pero algo me decía que tenía que bajar y salí corriendo. Por la escalera iba diciéndome a mí misma por favor, que abra la puerta y vea que Isaías se va en el coche al trabajo. Por el camino sentí otro ruido. Abría la puerta para salir a la calle y vi a Isaías caer. Había coches en la calle, pero no lo busqué, fui directa a él. Estaba tirado y tenía los ojos abiertos. Él se quedó mirándome y me quería decir algo, pero no podía hablar. Después de tantos años juntos los dos sabíamos que era su despedida. Estaba lleno de sangre”.

“Yo le agarré de la cabeza y tenía una expresión en la cara que yo sabía que se estaba muriendo, que estaba agonizando. Le miré y tenía un tiro en el cuello. Levanté su jersey y vi dos tiros más. Veía la cara de Isaías y esos gestos de dolor que tenía. Intentaba decirme algo, pero yo sabía que se iba. No hacía más que sangrar y yo intentaba taparle las heridas. Vino Sandra, se abrazó a él y le pedía por favor que aguantara porque enseguida llegaba la ambulancia. Se puso a gritar pidiendo ayuda, se quitó la chaqueta y lo tapó, porque nadie nos dio ninguna manta. Algún vecino me decía algo, que estuviera tranquila porque venía la ambulancia. Lo único que recuerdo es gente y yo gritando. La ambulancia no llegaba nunca. Lo que más recuerdo es la cara de Isaías, sus ojos, y mis manos llenas de sangre. Con los meses y años me vienen imágenes a la cabeza y hay sitios a los que no puedo entrar porque me vuelven recuerdos del atentado”.

“Tengo el consuelo de que él no murió solo. Le dije al oído unas palabras que solo él y yo sabemos. Luego se lo llevaron en ambulancia y ya no me dejaron ir con él. Recuerdo que me fui. En el camino había mucha gente pero nadie se acercaba. Fui donde mi hermano, que me dijo que me llevaba, que fuera a casa. No sé ni cómo subí a casa. Fui a lavarme la cara y tenía toda la cara y las manos llenas de sangre. No me acuerdo ni cómo llegué al hospital ni nada. Tengo esos lapsus. El recuerdo que tengo después es que entró el médico. Me dijo que estuviera tranquila porque estaba vivo, que lo estaban reanimando, pero yo presentía que ya no estaba vivo. Volvió al rato y ya sabía que me iba a decir que había muerto, que él había luchado por vivir pero que las heridas eran de muerte. Entonces, el médico me preguntó si quería verle y le dije que sí. Cuando salí había mucha gente y muchas cámaras”.

“En su despedida estaba tumbado en una mesa y ya no tenía esa cara de sufrimiento que le había visto, lleno de dolor y de sangre. Ya estaba tranquilo, como que había descansado. Me quedé un rato con él para despedirme y le vi esa sonrisa de siempre que parecía que había encontrado la paz. Pensé que, una vez que Isaías había dejado de sufrir, yo iba a estar bien. Lo que no sabía era todo lo que me iba a venir después”.

“Fue como si se hubiera ido de viaje. Yo pensaba que cuando volviera tenía muchas cosas que contarle, pero resulta que ya no ha vuelto más. Había días que pensaba que volvería, pero la realidad es que no. Ahora sé que estaría muy orgulloso de sus hijos. De Sandra por la fuerza que tiene”.

“Con todo esto he aprendido que, a lo mejor, no he valorado todas las cosas que tenemos en la vida. Ahora valoro mucho más las cosas. Pero la muerte de Isaías y de otras personas no sé para qué han servido”.

“Es muy difícil hacer de padre y madre. Queda un gran vacío. Sacar tus hijos adelante, teniendo a una en plena adolescencia y otro con cuatro años que, además, presenció el atentado. Vuelves al trabajo y hay personas que te acogen muy bien pero otras que no, que parece que encima has hecho algo malo. Te preguntas qué has hecho, porque han cambiado su actitud y no sabes el por qué. Yo no había vivido esto, vivo en Mondragón desde que tengo cinco años y no entiendo esa actitud. ¿Qué he hecho yo? Encima que mataron a Isaías, no sé por qué hay gente que reacciona así conmigo”.

“Me he encontrado también con otra gente que me da el pésame, o cuando detuvieron al que mató a Isaías para darme la enhorabuena. Pero cuando han hecho un homenaje a mi marido aparecía muy poca gente. Me he sentido más arropada por los compañeros de partido de mi marido y los concejales de Mondragón. Siguen estado ahí. Con quien me sigo sintiendo apoyada es con este tipo de gente, o con la Dirección de las Víctimas del Terrorismo de Madrid, la Fundación Fernando Buesa y otras viudas víctimas que he ido conociendo. Pienso que a todas las víctimas del terrorismo les pasa lo mismo. Al principio hay mucha gente a tu lado y luego la gente desaparece. Ahora me pregunto dónde están toda esas personas que se manifestaban cuando mataron a Isaías, vecinos, amigos…”.

“Pienso que sigo siendo la misma con las personas. Hay una persona que también es víctima por la otra parte con la que yo me hablaba de antes y con la que no tengo por qué dejar de hablar. Viene, me da el pésame y yo le saludo igual. ¿Por qué no le iba a saludar? Para mí es exactamente la misma persona, antes y después del atentado de mi marido. Ante esta situación he cambiado y me he puesto una armadura. He perdido amigos y he ganado otro tipo de gente que me aporta más cosas. La que no me aporta nada la quito”.

“De mis hijos Adei lo ha pasado mal. Te hace preguntas y tú intentas protegerle de este ambiente. Lo intentas, pero él presenció el atentado y en el colegio los niños le dicen cosas. Él no me cuenta todo lo que le dicen o lo que le pasa. Se guarda muchas cosas porque no quiere que me ponga triste. Hay cosas que no puedes evitar y le intento explicar lo mejor que puedo, pero es muy difícil ser madre y padre a la vez. A veces me llama mentirosa, porque cuando ocurrió el atentado me preguntó por qué estaba su padre tirado en el suelo y yo le conté que le había pillado un coche, no me salió otra cosa. Al rato me preguntó por qué le mentía, porque sabía que a su padre lo mataron. Entonces le conté la verdad, pero él ya lo sabía porque había escuchado los tiros. Él echa de menos a su padre. Yo pienso que una persona muere cuando se le olvida y se deja de hablar con ella. Por eso le hablamos de su padre o el día de su cumpleaños le ponemos una vela. Intentamos que Isaías esté ahí siempre. Cuando hay un homenaje también llevamos a Adei para que él también esté ahí y no le olvide. Isaías será siempre su padre. En casa hablamos más de la figura de Isaías que del atentado, de política o de ETA. Lo hacemos para que Adei no crezca con odio”.

“Recuerdo que cuando pasó lo de Isaías hubo una manifestación porque metieron a la alcaldesa de Mondragón en la cárcel. Por casualidad ella había trabajado donde yo trabajaba. Yo estaba cogiendo el autobús y la manifestación pasó por mi barrio, por donde yo vivía. Al pasar, no sé quién fue, me llamó asesina. Miré y no vi quién era. Mi hermano me dijo que me quitara de allí, pero yo no tenía por qué hacerlo. Estaba esperando al autobús y pasaron por delante de mí”.

“Odio nunca he sentido. Puedo sentir impotencia, rabia… muchos sentimientos. Pero odio no. No es bueno, porque no hace más que generar odio y se lo voy a transmitir a mi hijo. Y el día de mañana quién sabe si pudiera hacer lo mismo que el asesino de Isaías. Yo no voy a transmitir esto a mi hijo. Quiero que crezca en un ambiente normal. Aquí es difícil, aunque las cosas han cambiado un poco sigue habiendo manifestaciones a favor de los presos, gritos de Gora ETA, pero aún así intento que mi hijo esté al margen de todo esto y sea un niño como los demás”.

“En casa nos falta Isaías, su energía. Nos daba una chispa que ya no está. Sandra ya no tiene a su mayor cómplice en casa, a su compañero para ir al fútbol… A Ainara le ha faltado tener esas charlas de adolescencia con su padre. A Adei le falta el referente masculino de la casa. Él quiere ser el que nos protege y se preocupa por nosotras, pero solo tiene ocho años y no puede ser. A mí me falta él. Mi compañero, mi amigo, mi amante… me falta él, la persona con la que enfadaba y con quien resolvía los problemas que iban surgiendo”.
“Personalmente lo que siento es soledad. Puedes tener mil personas a tu lado, pero ese vacío no lo llena nadie. Me he quedado estancada en el día del atentado; estoy con la sensación de que no avanzo. Volvería a ese día, al momento en el que le dije a Isaías que se fuera para que me dejara dormir, que él bajara las escaleras y se marchara en el coche a trabajar, y que toda mi vida volviera a ser como era antes y no como es ahora. Pero eso no puede ser. A mis hijas tampoco las veo que sean muy felices, porque les falta su padre. Han pasado 4 años y 10 meses y le echamos tanto de menos… En estos años aprendes mucho y te das cuenta de muchas cosas. Tienes días malos y te sientes sola y ahí es cuando valoras más a las personas”.