El 10 de junio de 1984, ETA llevó a cabo un ataque contra el cuartel de la Guardia Civil de Elorrio. Juan Raya, que se encontraba haciendo la tarea de vigilancia, resultó herido por metralla. Tras recuperarse de las heridas en Barcelona, Juan Raya volvió a Elorrio para terminar su periodo de un año de servicio en el País Vasco. Muchos años después, ha seguido sufriendo las consecuencias psicológicas del atentado.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Juan Raya Aranda

Edad: 49 años (1962).

Profesión/Cargo: Guardia civil retirado / Vocal de la junta de ACVOT (Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas).

Situación familiar: Casado. Dos hijos.

Lugar de origen: Nacido en Jaén (Andalucía), vive en Barcelona desde que tenía seis años.

COLECTIVO: Guardias civiles.

HECHOS

- El 10 de junio de 1984, ETA llevó a cabo un ataque contra el cuartel de la Guardia Civil de Elorrio. Juan Raya, que se encontraba haciendo la tarea de vigilancia, resultó herido por metralla.

- Tras recuperarse de las heridas en Barcelona, Juan Raya volvió a Elorrio para terminar su periodo de un año de servicio en el País Vasco. Muchos años después, ha seguido sufriendo las consecuencias psicológicas del atentado.

CONSECUENCIAS

“Soy hijo de familia de guardia civil, procedente de Jaén. Vine a Cataluña con seis años porque a mi padre lo destinaron en Barcelona. Cuando tenía 19 años se me planteó la cosa de o irme a la ‘mili’ o ingresar en la Guardia Civil, puesto que yo lo que estaba buscando era un trabajo y no lo encontraba. Ante la idea de irme a la ‘mili’ opté por entrar en la Guardia Civil y, tras unas oposiciones, entré con 19 años. Con 20 años salí de la academia y como primer destino tuve Barcelona, donde estuve seis meses. Después, me presenté a la oposición de mecanógrafo en la comandancia de Barcelona, las aprobé, y estuve otros seis meses. Tras este periodo, salió publicado en el boletín del cuerpo que tenía que ir destinado a Bilbao”.

“Antes de incorporarme directamente al puesto asignado, estuve un mes en una escuela especial que es de adaptación al ambiente del País Vasco. Después de estar ese mes allí, fui al puesto que se me había asignado, en este caso en el pequeño pueblo de Elorrio (Bizkaia), adonde llegué cuando tenía 21 años”.

“Llevaba allí un mes escaso y sufrimos un atentado contra el cuartel de la Guardia Civil. En ese momento, yo estaba de protección del acuartelamiento. El atentado consistió en el lanzamiento de granadas y asalto con subfusiles. El único herido fui yo. Después del atentado estuve ingresado en el hospital en Bilbao unos cinco o seis días. Pedí el alta voluntaria porque quería curarme en Barcelona, no quería estar allí”.

“Una vez que estuve en Barcelona curándome las heridas, la condición era que tenía que estar obligatoriamente un año destinado en el País Vasco. Los psicólogos no me aconsejaron volver, pero yo sí quería volver simplemente porque tenía que terminar mi periodo de obligatoriedad. Pedí el alta voluntaria y volví al mismo sitio. Una vez cumplí el año, solicité ir a Barcelona y se me concedió. Pasé en Barcelona 16 años en tareas burocráticas, pero partir de los 37 años un tribunal médico-militar me consideró no apto para servir por mis condiciones psico-físicas”.

“Yo tenía 21 años cuando fui al País Vasco. Estaba soltero y fui solo. En el acuartelamiento donde estábamos muchos éramos solteros. También había muchos casados pero habían ido sin la familia. Prácticamente era la primera vez que salía de casa, excepto cuando estuve en la academia. Me encontré bastante solo allí. El ambiente de un acuartelamiento era un poco cerrado, puesto que estamos hablando de 1984. Entonces había muchos atentados. En el acuartelamiento teníamos cocina, comedor y un pequeño hogar, no para aislarnos nosotros, sino para que tuviéramos un poco de expansión sin tener que salir al exterior, puesto que en aquellos momentos era bastante hostil”.

“Cuando teníamos tiempo libre, las recomendaciones eran de no  frecuentar el pueblo en donde se trabajaba. Nos íbamos unos pocos a localidades cercanas, pero nunca donde estábamos destinados. Es verdad que en aquella época éramos chavales jóvenes, con el pelo más o menos corto y, entonces, al pasear por el pueblo, parecía que estabas marcado. La gente te miraba, al vernos jóvenes con el pelo corto y en seguida te detectaban. Cuando íbamos a un bar a tomar una cerveza y llevábamos cinco minutos allí veías que te hacían el vacío. Terminábamos la cerveza y marchábamos a otro sitio. Entre compañeros siempre teníamos que estar pendientes unos de otros. Quién entraba, quién salía…”.

“Por ser hijo de guardia civil he vivido toda mi niñez en cuarteles. Sabía lo que ocurría en el País Vasco en esa época y sabía a lo que me enfrentaba. Sí es verdad que antes de irme de Barcelona algún compañero que también tenía que ir obligatoriamente al País Vasco prefirió retirarse. Yo lo tenía asumido y sabía que tenía que ir cuando me tocara y cumplir el tiempo que se me exigía. Sabía lo que me iba a encontrar”.

“En la academia en que estuve antes de ir al acuartelamiento de Elorrio nos enseñaron cómo estaríamos allí. Nos enseñaron lo que íbamos a encontrar fuera y, más o menos, lo tienes asumido. Pero la realidad es cuando ya estás destinado. Además, es muy diferente estar destinado en un pueblo que en una capital, donde pasas más desapercibido. En un pueblo pequeño siempre está la gente con recelo. Por ejemplo, había proveedores que venían al bar que teníamos en el acuartelamiento y hablaban con nosotros perfectamente, muy amigables e incluso tomaban alguna cerveza con nosotros. Pero en el momento en que por lo que fuera teníamos que bajar al pueblo y nos los encontrábamos te hacían casi señas desde lejos como para que no les dijéramos nada. Entonces tú cumplías con esa cosa para no comprometer a esa persona. Por el solo hecho de hablar con nosotros allí ya había mucho recelo”.

“El atentado fue el 10 de junio de 1984. Serían sobre las 11 de la noche de un sábado. Yo había pedido un cambio de servicio, puesto que me tocaban 72 horas de permiso y así podía alargarlo haciendo el cambio. Me tocó vigilar el acuartelamiento. Estando en esa tarea, vi una persona un tanto extraña. Enfrente había una guardería infantil y vi que una persona estaba mirando. Me resultó muy extraño e intenté identificarla. En el momento de salir del acuartelamiento para ver quién era esa persona, al salir unos dos metros de la puerta, me di cuenta de que hizo un movimiento y que realmente no estaba mirando; estaba apuntando con un bazuca al acuartelamiento. Por la dirección, estaba apuntando al bar, en el que, al ser sábado a la noche, había en ese momento familias con hijos y no muchos solteros porque salían a expandirse. Al salir yo cambió la trayectoria de donde estaba apuntando. Dejó de apuntar al bar y me empezó a apuntar a mí. En ese momento alerté, aunque no me dio mucho tiempo de hablar porque recibí como a un metro y medio el impacto del primer “bazuca”. Ya me quedé en el suelo. Intenté levantarme y abrir los ojos pero no vi nada porque estaba chorreando sangre. Saqué la pistola e intenté disparar para ahuyentar a esa persona para que dejara de disparar. Sentí otro impacto y no dejaba de oír disparos. Quisieron salir a recogerme, porque estaba a varios metros fuera del acuartelamiento, pero yo dije a mis compañeros que no saliera nadie y, arrastrándome, conseguí entrar en el acuartelamiento”.

“Resulté herido de metralla en la zona del tórax, sobre todo en el lado derecho, ya que al girarme para decir a mis compañeros que se pusieran a cubierto recibí el impacto de metralla en la parte derecha. La bocanada de fuego que vi salir del “bazuca” que apuntaba directamente a mí fue lo más impactante que vi”.

“Más que secuelas físicas, han perdurado las psicológicas. Las secuelas físicas hace muchos años se curaron. Después del atentado ya estaba con medicación. Una vez en Barcelona, estuve visitando todos los especialistas de todas las categorías puesto que tenía vómitos, mareos… una sintomatología un poco rara. Ansiedad. Visité las urgencias de varios hospitales y, al final, tuve la suerte de que en el Hospital Clínico de Barcelona me preguntaron si quería entrar en un programa de psicología. Ahí me diagnosticaron que padecía ansiedad crónica”.

“Con la medicación desaparecía el malestar y los mareos y estuve aguantando con ella hasta que pasé el tribunal médico el año 2000. Tras el atentado estuve 16 años en activo, por supuesto con medicación. Aguanté bastante tiempo porque estaba en un ambiente de oficina, pero la sensación de las idas y venidas al trabajo al coger el metro o el coche era de que cuando iba a darle al contacto del vehículo podría explotar. Antes de subir al coche tiraba las llaves al suelo para mirar si había algo, al salir de casa o en el metro miraba de un lado para otro… Es una cosa que se te queda marcada”.

“Mucha gente no lo cree, pero yo estoy convencido de que el ‘síndrome del norte’ existe. Las personas que han ido al País Vasco (guardias civiles) y han estado en tareas de vigilia, una vez vuelven de allí pasan mucho tiempo hasta que se normalizan. Pero una persona que ha sufrido un atentado, puede llegar a esa normalización o puede que no”.

“En aquella época existía en la Guardia Civil una orden especial respecto a las personas que habían sufrido un atentado. Por gracia especial podían solicitar no volver al País Vasco. Yo lo solicité pero lo retiré, porque lo que quería era cumplir el tiempo y salir de ahí. En aquella época había personas que iban voluntarias al destino del País Vasco, pero a mí no se me había perdido nada allí. Tenía toda mi vida hecha en Cataluña y quería pasar cuanto antes ese año obligatorio y regresar donde estaba mi familia y en ese momento mi novia”.

“También debo decir que el País Vasco me encantó cuando yo fui, a parte del miedo que conlleva saber que estás en un medio hostil para las fuerzas de seguridad del Estado. Me encantó el País Vasco. Me quedo con la gente de los caseríos, la gente que estaba más aislada, con quienes se podía charlar perfectamente porque, simplemente, querían trabajar y vivir en paz, a diferencia de lo que es el pueblo, más cerrado y adverso. Me quedé con el paisaje hermoso, la comida muy buena… El País Vasco es una gozada, pero no la pude gozar plenamente”.

“El día del atentado mis padres estaban con mis tíos pasando el fin de semana y uno de mis tíos estaba escuchando la radio. Llamó a parte a mi padre, le contó que había habido un atentado en el País Vasco, concretamente donde yo estaba. Estaban pendientes de la radio. Mi madre se enteró de que algo pasaba y llamaron al acuartelamiento. Así se enteraron e, inmediatamente, se trasladaron al hospital donde yo estaba. Cuando aparecieron tuve la gran suerte de que estaba despierto y, así, dentro del choque que supone, fue menor. Tanto mis padres como mi novia en ese momento, que ahora es mi mujer, sufrieron bastante. No dejan de ser víctimas, aunque por ley soy yo por ser el herido. Tras el atentado, por mucho apoyo que te da la familia, a lo mejor a veces tú no lo ves hasta que no te normalizas. Te encierras un poco en ti, con depresiones… Lo han pasado muy mal. Pero gracias a la ayuda psicológica, de familia y amigos la cosa ha ido para adelante”.

“En aquella época, 1984, en la Guardia Civil no había muchos medios ni personal cualificado para atender a esta clase de personal, aunque yo sí tuve un apoyo y no tuve ningún problema. Me han ayudado en todo lo posible. Como refuerzo estoy en la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas y he tenido apoyo psicológico, jurídico y respecto a eso no me puedo quejar”.

“El estado anímico no se recupera fácilmente, aunque hayan pasado muchos años. Cada vez que veía un atentado, las imágenes siempre vuelven. Al escuchar en televisión o leer en prensa que detienen personas, encuentran “zulos” (cárceles clandestinas para los secuestrados) y armas… te viene todo un poco. Porque la pregunta que me hago es a ver qué hice yo con 21 años para ser un objetivo. Ya sé que el ataque no era contra mí sino contra una persona vestida de verde (un guardia civil), pero no dejaba de ser una persona de 21 años que fue obligada allí y que lo único que quería era cumplir el tiempo allí establecido y volver a mi trabajo normal. Cuando terminó mi periodo allí sentí mucho alivio”.